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En los siglos XVI y XVII, cuando Irlanda fue conquistada por su vecina Inglaterra, el proletariado irlandés se convirtió inevitablemente en el principal motor de la lucha por la emancipación nacional y social del país. Por tanto, a partir del siglo XVIII, cualquier momento histórico adquirió una filosofía populista, socialdemócrata o socialista. En el proceso de explicar dicha dinámica, fui consciente de que no podía tratar muchos aspectos del desarrollo de la clase obrera con toda la profundidad que me hubiera gustado. Aspectos como los movimientos revolucionarios agrícolas del siglo XVIII, el desarrollo de comunas en el siglo XIX, el nacimiento de los sóviets irlandeses durante la guerra de Independencia (1919-21) y la lucha filosófica entre el tradeunionismo y sindicalismo. El derecho de asociación obrera no consiguió implantarse hasta veinte años después de que los sindicatos fuesen aceptados en Inglaterra.

Desde 1922, momento en que logra la independencia de la mayor parte del territorio, Irlanda sigue siendo un país dividido. Cuando Inglaterra no pudo seguir ejerciendo su viejo rol imperial en todo el país, aceptó un autogobierno para 26 de los 32 condados, pero conservó el control sobre los 6 condados del nordeste. Esta área se denominó erróneamente Irlanda del Norte, pues la mayor parte del territorio del norte de Irlanda está en la República de Irlanda, mal denominada Irlanda del Sur. Como la partición había pasado por alto la voluntad, expresada políticamente, de la inmensa mayoría del pueblo irlandés, y se había impuesto por medio de la fuerza militar, sólo había una manera de mantener el poder y de conservar ese territorio dentro del Reino Unido. Como se podrá ver en los capítulos más relevantes de este libro, la única manera de hacerlo fue la negación de los derechos civiles de un tercio de la población (o sea, los católicos que se identificasen con la causa nacionalista). El sectarismo religioso nunca fue la raíz del problema en Irlanda del Norte, sino un síntoma cínicamente utilizado por el Gobierno para mantener dividida a la población.

Incluso en nuestros días, mucha gente sigue sin entender que Irlanda del Norte formara parte del Reino Unido cuando, en la década de 1960, allí no existía nada parecido al sistema de “un hombre, un voto”. Se regía por una legislación (Specials Powers Act, Ley de Poderes Especiales) que habría despertado la admiración de Adolf Hitler o del régimen del Apartheid sudafricano. En la década de 1960, esa negación de los derechos civiles, y la violenta represión del movimiento por los derechos civiles de Irlanda del Norte, fue la chispa que en 1969 desencadenó la erupción de la “larga guerra” en el Norte.
Hoy día, tras décadas de derramamiento de sangre y años de nefastas negociaciones y tensiones, se ha creado una nueva administración en la que los derechos civiles están amparados por ley, y los representantes de todas las comunidades pueden ser elegidos y reunirse para decidir su futuro en el gobierno local. No todos lo aceptan como una vía de futuro. Persisten la suspicacia y la malestar por parte de ambos bandos, y disidentes de ambos lados se han mostrado reacios al abandono de las balas y las bombas como forma de avanzar. Que una nueva vía conduzca o no a la reunificación pacífica del país y a una Irlanda unida como la existente antes de la partición de 1922, aún está por ver.

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