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Nunca me movieron las banderas, pero cuando vi a Toshiya Morita sujetando trozo de tela azul marino sin rematar, con un sencillo mensaje donde se podía leer: “I hope peace” en mitad del aquel gran auditorio en París, me acerqué para preguntar por su significado. Estábamos en el III Foro Social Mundial Antinuclear.

Durante aquellos días acabamos intercambiando experiencias, conocimientos y libros, entre ellos el que hoy os presentamos gracias a Ecologistas en Acción y sobre todo a Raúl Sánchez Saura, que ha estado pendiente de la traducción, los plazos y todo lo necesario. Gracias a este esfuerzo colectivo de varias personas, hoy podemos entender algo más sobre el accidente de la mano de Francisco Castejón y de su informada introducción. Pero, en especial, podemos contar con el testimonio de las desplazadas que, después de muchos años tras el accidente de Fukushima, aún no han podido regresar a sus casas, a su trabajo, a sus colegios y que en cuestión de horas vieron su proyecto vital truncado.

Toshiya venía desde Japón, un país tan lejano como desconocido y atractivo para mí. Un país que ha sufrido la devastación nuclear como ningún otro. Primero a consecuencia de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, que en 1945 acabaron con 246.000 vidas, la gran mayoría civiles, y años más tarde, con el accidente de Fukushima en 2011, cuando 170.000 personas llegaron a ser evacuadas. Se cerraron los comercios, los edificios públicos y el gobierno recomendó a los habitantes de la zona no salir de sus casas, cerrar las ventanas y desconectar los sistemas de ventilación, no beber agua del grifo y evitar consumir productos locales.

La experiencia de Fukushima hizo que Japón no tardara en anunciar públicamente el abandono de la energía nuclear, pero la memoria es frágil y el poder de la industria nuclear, grande. En 2014 se premió con el Príncipe de Asturias de la Concordia a los héroes de Fukushima y con esa puesta en escena se empezó a dar por solucionado el asunto: las autoridades japonesas comenzaron a mandar mensajes al exterior sobre la descontaminación total de la zona.

En 2015, Japón ya apostaba por poner en marcha 45 de los reactores parados, aun con la mayoría de la ciudadanía en contra. En especial, las personas que tuvieron que abandonar sus hogares precipitadamente aquel fatídico 11 de marzo y a día de hoy aún no pueden volver. Actualmente, tanto el Gobierno japonés retirando las ayudas como la industria de la energía atómica están tratando de obligar a las personas desplazadas, que evacuaron de sus hogares, a regresar antes de los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020. A pesar de que las condiciones en Fukushima no son ni normales ni mucho menos saludables. El Comité tiene planeado que los JJOO de Tokio 2020 celebren partidos de baseball y de softball en Fukushima.

Ante un contexto en el que el Gobierno, los grandes bancos, las grandes empresas eléctricas y el propio Comité Olímpico están anteponiendo los beneficios económicos sobre la salud pública, no podemos callar.

Es importante que conozcamos también lo que pasa allí, contado por las personas desplazadas y afectadas, que son las verdaderas protagonistas de este libro y a la vez movilizarnos para exigir el abandono del armamento y energía nuclear de manera globalizada. No será fácil desplazarse hasta Japón, pero allí estaremos también para pedir el abandono de la energía nuclear coincidiendo con los Juegos Olímpicos de 2020.

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