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“Es la exageración del mito lo que ha permitido entrar a saco en El Raval”

Por Brais Benítez

El Raval rebelde, cuna de luchas obreras, barrio de prostitución y pillaje, de bohemios, artistas y mala vida, también de resistencia y miseria, se ha ido difuminando con el paso de los años en pro de la uniformización, la seguridad y la limpieza. Por el camino han desaparecido miles de vecinos, desplazados, y de la dimensión canalla del barrio que a mediados del siglo pasado atrajo a intelectuales de media Europa apenas quedan vestigios. Miquel Fernández, profesor de Sociología en la UAB y miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano, traza un paralelismo entre las transformaciones que ha sufrido El Raval –donde vivió varios años- y los procesos coloniales.

“En el barrio del Raval de Barcelona, desde sus orígenes hasta nuestros días, se han cometido todo tipo de tropelías por parte de las instituciones gubernativas al abrigo del bien”, escribe el doctor en antropología social y máster en sociología jurídica y criminología en la introducción de Matar al Chino (Virus, 2014). Es la tesis que desarrolla en la obra, que con el subtítulo de “entre la revolución urbanística y el asedio urbano en el barrio del Raval de Barcelona” repasa de forma exhaustiva las intervenciones –auspiciadas por las élites de la ciudad–, que han buscado finiquitar un lugar que durante gran parte de su historia vivió bajo sus propias normas. O con ausencia de ellas.

¿Qué motivaciones han guiado las transformaciones urbanísticas del Raval?

En la ciudad en general dos cosas, que atraviesan periodos pre-industriales, industriales y post-industriales: facilitar la circulación del capital y el control de la población pobre, trabajadora. En el Raval se le añade otra, de lucha contra los desertores, contra los que no acatan un orden social determinado. El Raval siempre ha sido un núcleo de llegada de trabajadores de todos lados, fue el primer lugar industrializado del Estado español y uno de los primeros del sur de Europa, una de las cunas de la CNT, aquí estaban todas las sedes de los sindicatos, también nació aquí la UGT, y a la vez era un lugar de puerto, de llegada de espías huidos, tahúres, pequeños delincuentes, traficantes… A partir de eso se construyó esta idea de un lugar desterritorializado, el Barrio Chino –nombre que se le puso a finales de los años 20–, y eso ha demandado otro motivo para hacer la intervención urbanística que es acabar con el mito de este lugar endemoniado, donde –decía un registrador de la propiedad barcelonés– se confabulaba lo peor de la sociedad para destruir la ciudad.

¿Qué parte tenía de estigma y qué parte tenía de realidad?

Era un lugar vibrante, de resistencia, de confrontación, de quema de conventos, de fábricas, de luchas, de pistolerismo, de violencia, de drogas, de libertad… Goytisolo lo definía en los años 60, en este agobio que era el franquismo, como un “islote de libertad”. La misma realidad podía provocar inquietud y a la vez atracción. Por un lado este lugar ingobernable existía, y por el otro es la exageración de este mito lo que ha permitido entrar a saco.

En el libro utilizo un tipo de lenguaje que a veces remite a procesos coloniales, incluso bélicos. Si aplicas esta idea de demonización, de deshumanización del lugar y su gente, una vez que has convertido en realidad a partir de este discurso puedes hacer lo que quieras. Puedes hacer razias, entradas policiales, militares, juicios sumarísimos, puedes destruir todo el barrio una vez lo has convertido en un lugar que es una madriguera de la “gente mala”.

Lo que justifica las intervenciones de la Administración…

La hiperbolización de esta dimensión canalla es el preámbulo de una intervención. Debemos estar alerta, porque cada vez que se empieza a habar otra vez mal del Chino habrá una razia policial, o un asedio continuo sobre la calle de Robador, o directamente una nueva operación urbanística.

¿Cuál es la primera gran operación urbanística que se hace en el Raval?

En 1988. Hacia los años 30 Se había preparado una, con el GATPAC, un grupo de arquitectos progresistas. Se habla de que la CNT tenía un plan para El Raval, pero no se pudo llevar a cabo por la guerra. De hecho, la primera “regeneración urbanística” que se hace, según explica el propio Ayuntamiento en la web, son las bombas del 37 y 38. Cuando lo piensas… Que te hablen de que la regeneración urbanística son bombas que mataron a miles de personas y destruyeron cantidad de fincas y de calles, es asqueroso…

¿Cómo se inicia la transformación de 1988?

Será un protocolo que no sólo se aplicará en El Raval sino en toda la ciudad, y compartido en las intervenciones urbanísticas de la zona mediterránea. Se comienza a hablar del lugar como un lugar terrorífico donde pasan cosas de otra época y otro mundo. En este caso hablaban de “una batalla por el control de la droga en El Raval”. Cuando empecé a buscar en la hemeroteca, no la encontré. Porque lo que pasó no era una batalla por el control de la droga, sino unos gitanos de la calle de la Cera a quienes en los ochenta, con la entrada de la heroína, se les murió un familiar, y vinieron a la calle San Ramón a ajustar cuentas con la persona que le había vendido la heroína. Se ve que quienes controlaban la droga eran africanos, y comenzó una pelea que llegó hasta la Plaza Real. Pasaron la noche en comisaría, no hubo sangre, nada especialmente grave… Pero, a partir de eso, ¡se justifica la destrucción de dos manzanas!

Vaya, que no era una batalla entre cárteles…

No sólo no era una batalla entre cárteles –que también deberíamos discutir hasta qué punto justifica la destrucción de un núcleo de vida–, sino que no fue nada más que una pelea como debe pasar cada semana a la salida de la discoteca de cualquier zona de ocio, y esto justifica esta destrucción. Además, cuando te encuentras con que el responsable de la empresa, que era Martí Abella, un tipo por otro lado súper honesto, es capaz de decirte que él, cuando va allá a ver lo que se había destruido, se da cuenta de que el Barrio Chino no es para tanto y que vive mucha gente muy normal, pues claro, comienzas a ligar cabos. Es una salvajada, una sangría.

¿Se pueden cuantificar los desplazamientos de vecinos, mediante expropiaciones, destrucción de edificios, etc. que ha habido en el barrio?

El momento pico de población, en los años 50, es de prácticamente 180.000 habitantes. En 2014 estamos sobre las 60.000 personas. Aquí ya tenemos un volumen de gente bestial que ha desaparecido. A nivel oficial no hay datos. Rosa, de Casa Leopoldo, una persona muy conocida en el barrio, explicaba al periodista Guillem Martínez, en relación con lo que había pasado en la Illa d’en Robador, que “aquí ha pasado como en Bosnia. Había miles de personas y ahora no se sabe dónde están”. De hecho es una lectura muy aproximada, porque a partir del año 2002 se dejan de publicar los datos de dónde estaba la gente, dónde habían ido, con cuánto les habían indemnizado, etc. No sé muy bien el motivo. A partir de entonces aparecen muchas entidades para denunciar que ha habido desplazamientos con indemnizaciones miserables. De hecho hubo un proceso judicial contra las indemnizaciones.

El primer gran desplazamiento es el que se hace con lo que son las ruinas de los bombardeos del 37, unas ruinas que se mantienen hasta finales de los 60, otra de las vergüenzas que no pasaron en ningún otro sitio –sólo en los dos barrios obreros tradicionales, Sant Pere y El Raval–. Muchos de ellos fueron a parar a una barriada de Santa Perpètua de Mogoda, que se construyó para los afectados por estos desplazamientos.

En 1988 se produjo todo este gran desplazamiento de la zona de San Ramón. Miles de familias desaparecen. Hay casos de mobbing, incluso algunos con violencia. Estamos hablando de un barrio pobre y mucha gente no tenía contrato de vivienda, así que la echaron legalmente. A partir de 2002 –se seguirá expulsando a gente hasta el 2008–, ya no hay ni datos registrados. Haciendo el trabajo de campo a pie de calle, la prostituta que lleva 40 años allí te dice “pues aquí estaba éste, que se fue a Rubí, éste se fue a Sabadell, etc.”, pero datos no hay.

Uno de los capítulos lo titulas “calderilla de la participación”. ¿En todas estas intervenciones la gente del barrio ha pintado muy poco?

Nada. Esta es una de las grandes trampas que se han hecho, hacer creer a la gente que podía de alguna manera decidir algo sobre su barrio. En el caso del Raval la participación ha sido mínima, hasta el punto de que no han participado ni siquiera a la hora de recibir las indemnizaciones a las que tenían derecho. La falta de participación todavía ha sido más escandalosa en el otro lado de La Rambla, en el Forat de la Vergonya, donde directamente ha habido manipulación sin contemplaciones.

Ha habido muchas denuncias, desde una agrupación contra la especulación en Ciutat Vella han denunciado mucho lo que llaman “falsa participación”, y a veces al revés, una participación real de grandes empresas multinacionales. Desde el discurso público se contempla la participación de estas empresas, como el Banco Santander, Movistar-Telefónica, Fecsa, que evidentemente en un lugar céntrico como este tienen unos intereses bestiales. Y, evidentemente, si las administraciones públicas no tienen mucho interés en proteger a la gente pobre y trabajadora que vive en El Raval, el que puedan tener estas grandes empresas es cero. Los vecinos más bien molestan.

Recoges también casos de represión de la protesta vecinal muy salvajes…

La Illa Robador, por ejemplo, la recalificaron, y quitaron zona verde. El equipamiento público, que parece una broma pero es el hotel, tenía más altura de la permitida. Los vecinos pusieron una demanda, y la respuesta por parte de la policía y de los juzgados fue que encerraron a la mitad de la junta de la mesa de entidades del Raval por un supuesto caso de pederastia internacional. Al final no apareció nada, pero muchos de los padres pasaron tres meses en la cárcel. Eso sí que es un estigma que te puede derrumbar la vida. Qué cosa más horrible te pueden decir que estás comerciando con tus hijos para que otro abuse de ellos. ¡Es una cosa infame! Se hizo para parar las protestas que había sobre la zona de Robador.

En la obra recurres a menudo al concepto “violencia del orden”. ¿Forma parte de cómo se justifican estas intervenciones de cara a la opinión pública? De mejora del barrio, evitar la degradación…

De sanarlo, de rehabilitarlo… Fíjate que parece que se esté hablando de un convicto. Como si aquí no hubiese vida, gente habilitada, como si fuesen unos inútiles, como si hubiese seres del inframundo. Este tipo de visiones comporta mucha violencia. El tipo de violencia de la que quería hablar es la que en sociología se llama violencia objetiva, que puede ser simbólica o sistémica. La simbólica es ésta, este tipo de lecturas del barrio repetidas hasta el punto de que mucha parte de la población las asume. Y la otra es la sistémica, el Raval ha sido siempre un barrio obrero, luchador, y con mucha población descapitalizada o pobre. Hoy todavía continúa siendo uno de los barrios con un PIB por cápita más bajo, pero ya con el precio del alquiler que supera el de la media de Barcelona. Eso no había pasado nunca. Esa violencia que consigue que la gente con menos recursos sean los perdedores.

Pero, ¿es indisociable que un lugar donde haya más interacción, libertad, sea un lugar de trapicheos y prostitución? ¿No es posible reducir la delincuencia pero mantener el espíritu del barrio?

La pregunta que tú haces tiene una respuesta que debe ser sistémica, integral. No puedes reducir la delincuencia simplemente machacando a los delincuentes. ¿La cuestión cuál es? ¿Acabar con la pobreza o acabar con los pobres? Parece que lo que les interesa es acabar con los pobres, porque lo que se está haciendo ahora es precisamente aumentar la pobreza, reduciendo las inversiones en educación, en sanidad…

Por otro lado, en Robador, hay mucha gente que se ha ganado la vida desde siempre sin tener que dar cuentas a nadie. Las prostitutas, las primeras. Porque las que hay allí han estado tradicionalmente a su bola, no han formado parte de redes ni tienen macarra. Algunas sí, pero no la mayoría. Curiosamente, la gente que tiene algún tipo de relación con el asedio a estas mujeres para que dejen de trabajar allí tiene intereses en los prostíbulos, en el Bailén 22, Saratoga y Riviera, como Heliodoro Lozano y Joaquín Quílez. De hecho el caso está en los juzgados. En términos de mercado, lo que estás haciendo es eliminar la competencia.

Evidentemente, en estas intervenciones existe un interés más estético de hacer el lugar más transitable, y por otro hay un interés puramente económico: necesitamos que la prostitución esté concentrada en un lugar que genere plusvalías para nosotros. Ahora es más difícil de ver, pero es un mercado al aire libre bestial, están todo el día produciendo… Si esto lo puedes concentrar en una persona es mucho dinero. Además antes había mercadillos informales que vendían cosas robadas, etc. Un mercado que estaba descontrolado, que iba a su bola. Estas medidas lo que comportan es mucho más sufrimiento, porque estás haciendo que la gente pobre ya no tenga ni la posibilidad de prostituirse, o de vender cualquier cosa, y evidentemente la posibilidad de trabajar cada vez menos. Piensa que la mayoría de las prostitutas que están allí ya son mayores.

¿Qué tiene la calle d’en Robador para que le dediques una etnografía y buena parte del libro?

Yo quería hacer una tesis sobre la violencia. Conocía a Manuel Delgado y le comenté mi idea. Me dijo “pues sobre violencia, ésta”, y me señalaba los edificios del barrio. Y me dice, “concretamente tienes que ir a la calle d’en Robador”. Es quizás la última calle que concentra el mito y la realidad del Barrio Chino. Esta idea de vida alegre, de prostitución, de trapicheo, de pequeña delincuencia, de descontrol… Que de hecho, tal como yo lo explico en el libro, ya ni existe. Ya no hay este volumen de gente, no hay prácticamente prostitución, está muy asediada, y hay mucha gente pija…

¿Representa la frontera entre el barrio tradicional y lo nuevo?

Es un poco el frente de batalla. La parte del Chino aún se mantiene en las fincas impares. En la parte de las fincas pares es todo construcción nueva, de protección oficial pero que no ha recogido a ninguno de los vecinos que vivían allí. Esa es otra de las cosas chocantes, se hacen pisos de construcción oficial y prácticamente no hay ningún vecino del Raval, y menos de los afectados por las intervenciones. Las mismas prostitutas a la calle d’en Robador la llaman la Franja de Gaza. Y responde a esta idea colonial.

¿Y cómo es la convivencia entre los nuevos vecinos y los de toda la vida?

Si alguna vez hablas con la gente que ha venido allí te hablan de las prostitutas como si fuesen seres del inframundo. Un vecino me explicaba que sale a la calle y se encuentra a la prostituta que lleva a sus niñas al colegio. Y, claro, la prostituta la dice “hola vecino”, y claro, ¿yo cómo la voy a saludar, que voy con mis nietos? Al final tienes que saludarla. Esa es una de las pocas virtudes de la interacción. Pero este tono de agresividad y de menosprecio a esta gente es brutal. Yo me tenía que morder la lengua cuando hablaba con ellos porque era muy agresivo. No es que estos nuevos vecinos sean personas menospreciables, son gente normal y corriente, lo que sucede es que en el contexto en el que se encuentran no pueden contemplar otra interacción con estos seres que viven allá que no sea ésta. Les han prometido una especie de nuevo Borne, una especie de Brooklyn, y se encuentran con que continúa siendo un lugar de prostitución, de trapicheo, de gente sucia, de movimiento… Pues claro, están que trinan.

¿Qué papel ha jugado el turismo en el Raval?

En el turismo que se inaugura en Barcelona con la invención del Barrio Gótico, a principios del siglo XX, podríamos decir que con el primer parque temático que tenemos en el Estado español, el Raval no participó. Sí que había atraído, por su dimensión canalla, a la bohemia de toda Europa: Jean Genet, Picasso, Georges Bataille… Toda la intelectualidad europea vino aquí a ver un núcleo de vida irredenta. Genet fue quizás el que más gente atrajo después con la publicación del Diario del Ladrón.

El turismo en el Raval comienza a imponerse más tarde. En 1999, Time Out introduce el Barrio Chino entre las maravillas de la ciudad. “Cuarenta años de bajos fondos”, dice. A partir de aquí comienza a atraer a este turismo auténtico, cultivado, que ha leído, que sabe que por aquí pasó Pieyre de Mandiargues, otro de los escritores célebres, que todo el inspector Carvalho de Vázquez Montalbán está escrito aquí… Y esta gente se mezclaba con la gente del barrio.

¿Y la última oleada? ¿La que empieza a instalarse en hoteles como el Barceló Raval?

Cuando empiezan a abrir la Rambla del Raval y a hacer los primeros hoteles, ya comienzan a atraer a más gente. En un principio, a la zona d’en Robador llegaban turistas despistados, grupos de familias. Me acuerdo de ver a muchos dar la vuelta. Cuando ponen el hotel gigante es cuando empieza a llegar un flujo importante de gente. Es política de hechos consumados. Pones allí un hotel y atraes a centenares de clientes que están de turismo, y que deben pasar por allí en un momento u otro.

Allí el turismo ha tenido más un papel de rompehielos, de acabar de expulsar a la gente que vive allí, y no porque sea un lugar especialmente atractivo. Es decir, el turismo se ha puesto al servicio de la limpieza del barrio, al contrario que en otros lugares, donde el barrio se pone a disposición del turismo. Más recientemente, la voluntad es mantener el espíritu canalla del barrio, toda la tradición aventurera, etc. pero sin problemas, sin inseguridad. Por lo tanto, cámaras a diestro y siniestro.

 

 

Entrevista publicada en La Marea, el 17/01/2015

 

 

19/01/2015 10:52:21
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