Oigo como el coche se detiene frente al chalet y siento lo mismo de todos los días: esa mezcla de rabia y celos, que amenaza con consumirme. Miro el reloj. Son casi las tres de la madrugada. Dejo el libro que he tratado de leer en las últimas horas y me digo que hoy no caeré en la trampa. Permaneceré quieto en la silla, ajeno a su provocación. La puerta del coche se abre y luego se cierra y me llevo las manos a los oídos para no escuchar sus pasos en el jardín...