Diecinueve rayas
La ayudante de fotografía lleva unos meses trabajando en el estudio. Piensa que en poco tiempo ya podrá empezar a moverse por su cuenta. Su jefe es un profesional de prestigio, pero duda que tenga mucho más que enseñarle. Hoy, en concreto, tiene un día pésimo, está alterado y no acierta ni una. Por cierto, ¿dónde se han metido todos? El tema de las luces ya está solucionado. Pueden volver al trabajo en cuanto quieran. ¡Ah!, ahí están el fotógrafo y el publicista. Ambos, fijos, clavados en el suelo ante la terraza, mirando hacia afuera. Curiosa, sigue su mirada. De espaldas, la modelo, altiva y distante, fuma de forma indolente. En cambio, los hombres están tensos, como en estado de alerta. Percibe su deseo, es casi asible, aprehensible. El deseo, ¿y quién no ha pensado en ello alguna vez? En cómo permite que aflore nuestra verdad más íntima y generalmente oculta. Y al mismo tiempo nos empuja a salir, nos expulsa al mundo, nos obliga a nacer. A conocer a otro, a arriesgarnos, porque el otro constituye el único espacio de satisfacción y la primera semilla del pensamiento.
Aunque duda de las posibilidades de ese par. Son más bien escasas. Su mirada regresa a la modelo. Múltiples imágenes se agolpan en su retina. Fotografías estudiadas y admiradas. Rápido, necesita su cámara. Dispara. Encuadra las piernas, las medias, la raya que las divide. Esa raya. No es una simple costura, es una divisoria que define un más allá del bien y del mal. Una posible expresión metafísica de lo corpóreo. Con la capacidad de plasmar una tremenda tensión sexual muy lejos de la expresividad de un desnudo. Lejos de la belleza ajena de un maniquí que expresa peligro, presión, rigidez… La raya de esas medias constituye un tratado acerca de la idea del vacío, de la mera superficialidad de los cuerpos huecos y fríos, de la inexistencia… sonríe. Deja su cámara y despacio se acerca a su jefe.
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Categories: Narrativa
Paraules clau: narrativa
Diecinueve rayas
La ayudante de fotografía lleva unos meses trabajando en el estudio. Piensa que en poco tiempo ya podrá empezar a moverse por su cuenta. Su jefe es un profesional de prestigio, pero duda que tenga mucho más que enseñarle. Hoy, en concreto, tiene un día pésimo, está alterado y no acierta ni una. Por cierto, ¿dónde se han metido todos? El tema de las luces ya está solucionado. Pueden volver al trabajo en cuanto quieran. ¡Ah!, ahí están el fotógrafo y el publicista. Ambos, fijos, clavados en el suelo ante la terraza, mirando hacia afuera. Curiosa, sigue su mirada. De espaldas, la modelo, altiva y distante, fuma de forma indolente. En cambio, los hombres están tensos, como en estado de alerta. Percibe su deseo, es casi asible, aprehensible. El deseo, ¿y quién no ha pensado en ello alguna vez? En cómo permite que aflore nuestra verdad más íntima y generalmente oculta. Y al mismo tiempo nos empuja a salir, nos expulsa al mundo, nos obliga a nacer. A conocer a otro, a arriesgarnos, porque el otro constituye el único espacio de satisfacción y la primera semilla del pensamiento.
Aunque duda de las posibilidades de ese par. Son más bien escasas. Su mirada regresa a la modelo. Múltiples imágenes se agolpan en su retina. Fotografías estudiadas y admiradas. Rápido, necesita su cámara. Dispara. Encuadra las piernas, las medias, la raya que las divide. Esa raya. No es una simple costura, es una divisoria que define un más allá del bien y del mal. Una posible expresión metafísica de lo corpóreo. Con la capacidad de plasmar una tremenda tensión sexual muy lejos de la expresividad de un desnudo. Lejos de la belleza ajena de un maniquí que expresa peligro, presión, rigidez… La raya de esas medias constituye un tratado acerca de la idea del vacío, de la mera superficialidad de los cuerpos huecos y fríos, de la inexistencia… sonríe. Deja su cámara y despacio se acerca a su jefe.