En el año 1933, en una aldea perdida de la provincia de Cádiz, se produce la sublevación de un grupo de campesinos. Casas Viejas será un «affaire» que investiga una comisión de las Cortes de la República en la que intervienen, entre otros, su presidente Manuel Azaña, y el diputado José Ortega y Gasset. Pero bajo el sustrato de los intereses oficialistas, con sus mentiras y verdades, con sus medias verdades, quedan los auténticos protogonistas del drama, recogido por una niña que se mantiene muda e insomne desde aquella fecha.

Recuerda la muda, refugiada en la Francia inmersa en la Segunda Guerra Mundial, todo lo que ha visto. Lo hace bajo el bosque infinito de Las Landas. Piensa en todo lo que vio y le dijeron, y lentamente compone un cuadro en que están, en su lugar, todos los artífices del drama, de tal manera que el personaje de la novela se hace a cada línea más real, mientras que los que de verdad lo han sido, Azaña, Unamuno, el Capitán Rojas, el Teniente Fernández Artal … parecen transformarse en personajes de ficción que la anciana, que fue niña, recuerda y perfila al final de sus días. Y haciéndolo, los mantiene vivos.