«Un intento de sentar las bases para una antropología anarquista» (Francisco José Fernández Andujar, @darga)

Un intento de sentar las bases para una antropología anarquista

 

Por Francisco José Fernández Andujar

David Graeber es un autor que desde los años 90 y la década del 2000 está empezando a conocerse dentro de los movimientos sociales, especialmente dentro de donde milita, en el anarquismo, así como en los círculos académicos norteamericanos a nivel universitario, por sus trabajos de campo en la Antropología, con su brillante investigación sobre las comunidades de Madagascar, y las conclusiones teóricas derivadas de sus estudios, ejemplos de sociedades auto-gobernadas. 

Fragmentos de antropología anarquista es uno de sus textos más conocidos. Con un formato de folleto en poco más de un centenar de páginas, pretende sentar las bases para una antropología anarquista, esto es, dar a conocer públicamente y tal cómo es la realidad de las múltiples sociedades sin Estado o anarquista (con sus defectos e imperfecciones que puedan tener) que se conocen muy bien desde los orígenes de la Antropología como disciplina académica, pero que a pesar de ello y por determinadas causas que señala en este libro, no se difunde realmente al resto del público. El objetivo de la obra es superar esas limitaciones académicas y a fin de difundir esa realidad conocida por las investigaciones de campo, animar a los antropólogos a la formación de una antropología basada en el anarquismo y en las potenciales enseñanzas constructivas que se aprende en el campo de observación de las sociedades, que bien podría aplicarse para el resto de los intelectuales y académicos para sus respectivas especialidades a nivel social y científico. Al fin y al cabo, el conocimiento académico es una realidad gracias a la sociedad, y la cuestión social se debe tratar en el mundo académico. 

Para ello el autor hace una breve exposición del anarquismo en su más amplio sentido, haciendo hincapié en que los propios primeros anarquistas conocidos nunca dijeron ser los inventores de ninguna ideología o doctrina, ni se vieron ellos mismos como los «fundadores» del anarquismo, sino que más bien exponían algo que consideraban que ya existía y que era natural en el ser humano, y que había que reivindicar, más que inventar, para reorganizar la sociedad desde sus propios integrantes en un contexto de libertad y justicia social. 

Las explicaciones restantes sobre el anarquismo son por lo demás breves y pasados muy rápidamente, así como cuando detalla sobre la relación de la antropología y el anarquismo, a lo que está dedicado el segundo capítulo, y consiste más en una serie de anécdotas entre dichas afinidades, relatando muy poco las ocasiones de afirmaciones del anarquismo de algunos antropólogos, como Pierre Clastres, que tristemente sólo ocupa unas pocas páginas, y con la impresión de que Graeber no le hace justicia del todo, pues no detalla en realidad los propios matices que Clastres indicó sobre las sociedades que estudia tan brillantemente en su obra, y que no negó que fuesen imperfectas. Sin embargo, comenta entusiasmado las teorías de Clastres sobre la «economía del don», un atractivo concepto difícil de comprender para los hombres de nuestras sociedades.

Los comentarios restantes sobre Frazer, Robert Graves, Al Brown, Marcel Mauss son más bien anecdóticos y que nos arrancarían alguna que otra sorpresa, así como cierta antipatía de Graeber hacia el primitivismo. Hay a mi ver una desinformación total sobre George Sorel, que Graebes no sólo señala una influencia en el anarquismo, sino incluso como miembro, más o menos extraño, del movimiento anarquista de su época. Nada más lejos de la realidad: ni Sorel militó en el anarquismo, estando su militancia en los partidos socialistas; ni tuvo influencia en el movimiento anarquista o anarcosindicalista, de la misma forma que en el caso de Mussolinni.

En su crítica a la democracia parlamentaria, Graeber realiza un ataque radical al sistema de votos. Señala que sus orígenes está en los modelos democráticos de la Antigua Grecia, cuya «democracia» pone en duda, por la existencia de sus esclavos, entre otros razonamientos. Ciertamente al hablar de Atenas y otras ciudades griegas por el estilo (pues no todas las polis griegas eran «democráticas»), Graeber señala el carácter netamente competitivo de las polis griegas y cómo los votos eran expresión de esta competitividad cuasi sectaria más que de una expresión genuinamente democrática, que ve claramente en otras sociedades de la Antigüedad (fáciles de encontrar, ciertamente, incluso dentro del continente europeo y del litoral mediterráneo), basadas en el consenso, que es lo que Graeber identifica con unas sociedades realmente libres e igualitarias. Lo cual es un acierto, si bien habría que matizar sus críticas a las polis griegas y que no recoge la realidad de algunas de las ciudades más «radicalizadas» que la propia Atenas, a la cual no se puede negar su carácter ciertamente competitivo y cuyo sistema de votos estaba ligado a los problemas bélicos:  «si un hombre está armado, se deberá tener en cuenta su opinión (…) Cada voto era, en realdiad, una conquista » , y podríamos añadir desde aquí, los judiciales. Lo más interesante que aporta aquí es sin duda, y en contra de lo que afirman otros autores, es que Grecia no fue, para nada, el inventor de la «democracia».

De tal manera, Graeber señala que » la mayoría de los grupos anarquistas opera por un consenso (…) lo contrario del estilo de voto a mano alzada, divisor y sectario, tan popular entre otros grupos radicales «. El consenso es definido, con acierto, como participativo y exigente de un esfuerzo de todos por llegar a acuerdos prácticos, que no necesariamente a la convicción estricta de todos sus miembros de lo que se acuerde. Es el esfuerzo a llegar, dentro de un debate, a un razonamiento común práctico que al menos no agreda a ninguno de los miembros y que más o menos sean satisfactorios para todos los miembros. » Todo el mundo se pone de acuerdo desde el inicio en una serie de principios amplios de unidad asumidos como necesarios para la cohesión del grupo. (…) Se basa más en la necesidad de buscar proyectos particulares que se refuercen mutuamente que en demostrar que los demás parten de suposiciones erróneas» .

El problema que no se plantea Graeber es que ciertamente este funcionamiento es practicable en comunidades pequeñas y a nivel local, pero como bien plantea Clastres, entre otros, es qué ocurre cuando la sociedad crece y se amplía. Las asambleas y el consenso se hacen cada vez más complicados, y tienden a dividirse las asambleas, en el mejor de los casos, o a coordinar a través de una autoridad con creciente poder, en el peor. Es un tema en el que no voy a profundizar en estas pocas líneas pero que sabemos que dentro del movimiento anarquista es un debate muy presente e importante, donde se reconoce la posibilidad de los votos en reuniones de representaciones de asambleas donde los delegados leen los acuerdos sin posibilidad de cambiarlos, en respeto a las bases, y el voto como forma de entender la voluntad generalizada de las distintas asambleas sobre una cuestión. Sin menoscabo, por supuesto, de respetar la autonomía de quienes no están de acuerdo.

Graeber intenta sentar unas bases teóricas para la antropología anarquista, que discurriría entre una especie de «diálogos» entre la utopía y la etnografía. Insiste que deben basarse en muy pocos puntos, y de hecho expresa tan sólo dos: Primero, en la posibilidad de la transformación social. Segundo, rechazar todo tipo de vanguardismo, sea intelectual, político, o de otra forma. También construye una teoría sobre el «Contrapoder» que habla de las posibilidades dentro de un sistema de dominación donde no todo es blanco y negro. Finalmente, cuando habla del papel de los antropólogos del anarquismo, señala que su labor no es la de hacer prescripciones, sino contribuciones.

Finaliza el libro con un capítulo dedicado a las polémicas dentro de la antropología y sobre la necesidad de superar su estancamiento intelectual y su populismo de poca monta, así como en la necesidad de molestarse en proyectar sus descubrimientos al exterior, esto es, al público no especializado en al disciplina de la antropología. De este modo, sería posible esta Antropología Anarquista que defiende Graeber en este libro tan interesante, a fin de cuentas, y lleno de ideas que pueden gustar o quizás no tanto, pero que sin duda aporta mucho a la reflexión con fines prácticos.

Reseña publicada en @darga. Revista de pensamiento y crítica anarquista, n.º 1, febrero 2013

 Fragmentos de antropología anarquista