Composición: Clave estratégica de Les soulèvements de la terre
Este texto, incluido en el libro Las sublevaciones de la tierra, desarrolla someramente un concepto que ha demostrado ser clave para la formación, desarrollo y sostenimiento de un movimiento de masas, capaz de aglutinar distintas sensibilidades y experiencias políticas. Les soulèvements de la terre han logrado poner en diálogo las energías e inteligencias políticas diversas que componen los elementos que se identifican con su nombre, realizando acciones directas de gran envergadura y redefiniendo los discursos hegemónicos sobre la lucha ecologista.
Composición: preferimos esta palabra a metáforas militares como «alianzas» o «frentes». Estas evocan uniones utilitarias en las que cada facción se atrinchera en su posición. La composición es mucho más que una unión efímera contra un enemigo común que hace las veces de figura unificadora. Las luchas sociales actuales se rigen por el ritmo intersindical. La ecología institucional se estructura en torno a iniciativas interorganizativas. Este vocabulario diplomático subraya el carácter burocrático de dichas alianzas. Se reúnen grandes maquinarias, pero la mayoría de veces parece que lo hacen simplemente para sumar sus inercias. Basadas en la unanimidad entre las partes, estas coaliciones acaban, por desgracia, favoreciendo a menudo su pervivencia propia en detrimento de la dinámica real del movimiento. La composición es sin embargo algo muy distinto.
En mecánica se habla de «composición de fuerzas, velocidades y movimientos». En artes gráficas, hablamos de «composición de tipos». Pero la más inspiradora es, sin duda, la composición musical, que requiere sentido de la armonía, orquestación y contrastes. Pero ¿cómo definir la «composición» en el sentido político? Digamos con Gilles Deleuze que es «esa extraña unidad que solo se reclama de lo múltiple». No es ni la unidad superficial de la alianza, ni la integración homogeneizadora en un bloque que borra las singularidades y las contradicciones.
Desde su inicio, las Sublevaciones de la Tierra han constituido una dinámica de composición. En el invierno de 2021 confluyeron fuerzas aparentemente ajenas entre sí. Este movimiento es una polifonía donde se mezclan:
- Jóvenes del activismo climático, que se han hartado de marchas pacíficas y efímeros golpes de efecto, que buscan una forma concreta y duradera de hacer frente a la catástrofe climática;
- Vecinos y vecinas en lucha, que se han organizado localmente para defender su territorio amenazado por un proyecto de infraestructuras, que emprenden acciones legales y acciones directas, pero que ven más allá de sus intereses locales;
- Campesinado sindicado o no, deseoso de revivir la herencia del movimiento obrero rural, de la época en que la Confederación Campesina era la piedra angular del movimiento antiglobalización, y que quieren reconstruir un equilibrio de fuerzas sobre las cuestiones relativas a la tierra, alejándose del corporativismo;
- Habitantes de una Zona a Defender (ZAD, por sus siglas en francés) que se han dado cuenta de que la ocupación es una palanca poderosa, pero no una receta milagrosa, y que quieren extender la composición victoriosa contra tal o cual proyecto para insuflar una correlación de fuerzas a escala nacional;
- Personas partidarias de la autonomía política impulsadas por el deseo de organizarse a partir de una red de complicidades más allá del círculo íntimo radical, para desbordar el marco estricto de la manifestación urbana y difundir prácticas ofensivas y perspectivas revolucionarias.
A estas fuerzas inicialmente comprometidas se unieron de forma gradual una multiplicidad de grupos y organizaciones. Pero ¿qué tienen en común estas fuerzas a priori? No mucho, si pensamos en términos de identidad y de escala. Si se hubieran reunido a partir de un acuerdo político y teórico previo, se habrían enfrentado entre sí por cuestiones tan fundamentales como el papel del Estado, el uso de la violencia política, el análisis de las causas del desastre ecológico, la cuestión de la democracia… Si se componen juntas, es ante todo basándose en unas constataciones estratégicas compartidas y en un terreno de acción común: la necesidad de vincular las luchas contra el acaparamiento de tierras y de agua operado por el complejo agroindustrial, y las luchas contra la voracidad de las metrópolis que vierten sobre el mundo una ola continua de hormigón; la necesidad de intensificar los bloqueos, el desarme y las ocupaciones en toda Francia para instaurar una correlación de fuerzas en defensa de la Tierra.
Cada fuerza, tomada de forma aislada, se enfrenta a su propio callejón sin salida: el frenesí activista, el localismo, la cogestión sindical, el fetichismo de la revuelta, etcétera. Pero cuando tienen lugar desplazamientos y desbordamientos, es debido a que estas fuerzas juegan juntas. Lo hacen sin tratar de convencerse o de convertirse mutuamente, sino empleando la escucha activa, desde una sensibilidad en sintonía. A veces, las voces enmudecen, dejando espacio a las que tocan fortissimo, antes de volver al coro. Las voces de las Sublevaciones se esfuerzan siempre por evitar la cacofonía de las disociaciones y de las oposiciones binarias mediante un sutil arte de acordes y arreglos. De este modo, experimentan la armonía de las disonancias, como la nota de blues en el jazz.
El devenir de este proceso de composición que se desarrolla en las Sublevaciones es quizá una forma de criollización política. Es decir, la construcción híbrida de una lengua común y de una nueva cultura que trascienda las diferentes sensibilidades políticas, sin fusionarlas ni confundirlas, y que a su paso deje una huella indeleble.
Las lenguas criollas son huellas esculpidas en las aguas del Caribe o del océano Índico. La música de jazz es una huella recompuesta que ha recorrido el mundo.
—Édouard Glissant
Blue Monk