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Thomas Bernhard aparece de nuevo, afortunadamente, entre nosotros, con la edición de tres de sus mejores dramas. Con ello, se va cubriendo, poco a poco, la necesidad de que este autor sea más ampliamente conocido de lo que ha sido hasta ahora. Si Heldenplatz fue un verdadero aldabonazo -una especie de «redoble de conciencia», como hubiera dicho nuestro Blas de Otero- de carácter casi «profético» sobre la presencia oculta, semioculta y también evidente y clamorosa, del nazismo, y no sólo en la sociedad austríaca (a la que Bernhard fustigó de un modo implacable) en el mundo de hoy, a cincuenta y cinco años de su derrota militar, ahora tenemos ocasión de enfrentarnos con otra de sus grandes obras «antinazis». «La más conocida de sus obras antinazis, casi se podría decir antialemanas», dice su traductor, Miguel Sáenz, en el prólogo, y verdaderamente vemos que su autor la definió como una «comedia del alma alemana». Es Ante la jubilación, en la que un antiguo oficial de las SS y Presidente de un Tribunal de Justicia prepara, con sus hermanas, y celebra la conmemoración del cumpleaños de Himmler, desenterrando para ello, uniformes, condecoraciones, fotos y otros recuerdos, en el ambiente asfixiante de una familia, en la que una de las hermanas, inválida a causa de un bombardeo, es un pensamiento aislado y crítico, una especie de silenciosa voz, fantasmal, de una izquierda sin ninguna salida, reducida a leer los mensajes que llegan en unos periódicos, de los que ya sabemos lo que se puede esperar. Estamos, una vez más, ante un drama alucinante, incorporado en este volumen a otro, Ritter, Dene, Voss, de manera que esta feliz co-presencia de las dos obras ofrece la posibilidad de una fácil confrontación entre estos dos dramas gemelos y casi clónicos, podríamos decir.

 

Ambos presentan un infierno familiar, compuesto por tres hermanos, dos mujeres y un hombre; allí un nazi convencido, aquí un filósofo "loco" que tiene algo -o mucho- que ver con Ludwig Wittgenstein y con la "locura" de su hermano, y también -como señala Sáenz- con el mismo Bernhard y con el actor (Voss) que representó el papel; allí se conmemora a Himmler, aquí se trata de celebrar la vuelta de Ludwig del manicomio; allí y aquí hay una criada ausente; allí y aquí hay una relación incestuosa matizada; allí y aquí la acción empieza con que las hermanas hablan de su hermano, para luego, ante su presencia, conflictiva, enfrentarse, cada una a su manera (hay el recuerdo de Marta y María en el Evangelio), con él; allí y aquí se prepara una comida -almuerzo o cena- que ha de ser el lugar de la desdicha suprema, de los dolores y las insatisfacciones sin cuento; allí y aquí hay el inconformismo de las hermanas marginadas -allí, clara; aquí, Ritter-; y por todo eso se puede hablar de la misma situación en dos contextos, uno relacionado con la política y otro con la filosofía. Lo común que en ellas vemos es el infierno familiar, o sea, la familia considerada como un infierno. Ahí está «el comedor / del que han salido todas las desgracias / Padre madre hijos / nada más que representantes del infierno». «Si tenía un pensamiento valioso -dice Ludwig/Voss- mi madre lo ahogaba en su sopa». O también: «En sopas y salsas se ha ahogado / siempre todo / lo que valía algo».

 

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