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Una cuidada selección de cartas recibidas. Esa es la forma que elige Félix Álvarez Ferreras para presentar la segunda parte de sus memorias, que se extiende desde 1963 hasta 1975, años en los que reside en Canadá. Estamos, así, ante una original elaboración sobre la vida propia, en la que se escuchan las voces ajenas. Las voces de quienes entran en su casa a través del buzón y forman parte del devenir del hogar. Y tratándose de una época de exilio, se refiere a presencias que llegan desde varios continentes. Según diremos, la recopilación vio la luz en 1975, en la serie Epístolas de libertarios ilustres..., que el propio Félix elaboraba, si bien en tirada reducida. No siendo de uso común la fotocopia ni disponiendo del teléfono como medio popular, las cartas viajan de un continente a otro, de un país a otro, de una ciudad a otra, de un domicilio a otro. Se copian. Se leen en reuniones. Se reenvían a destinos apartados, volviendo con el tiempo a su primer corresponsal. Una de las primeras partidas del presupuesto familiar en muchos hogares del exilio va destinada a la compra de una máquina de escribir, generalmente a plazos, si es que no se tiene la fortuna de haber topado con algún mecenas que la haya regalado. Por supuesto, nos referimos a las familias que consideraban la cultura como uno de los pilares del cambio social. Y no eran pocas.

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