«Estado (todavía) colonial»
Françoise Vergès, autora de Un feminisme descolonial, expresa en este capítulo de Las Sublevaciones de la Tierra la urgencia de vincular las luchas ecologistas y en defensa del territorio en un movimiento de masas de alcance global, que sea capaz de romper las cadenas coloniales y las lógicas del capitalismo racial. Un llamamiento a radicalizar la propuesta ecologista e impedir cualquier posibilidad de dejarlo caer en las garras del ecofascismo.
Estado (todavía) colonial
No puede haber «Sublevaciones de la Tierra» sin la inclusión de los siglos de esclavitud y de colonialismo que sientan las bases de un racismo ambiental con sus políticas de extracción, desposesión, genocidios, deportaciones y explotación, devastando a las personas y los territorios de maneras hasta entonces nunca vistas. Las tierras son devastadas, las minas abren las venas del planeta, los bosques se pierden para siempre, los saberes son saqueados, las ciudades destruidas, los tesoros robados, millones de personas son deportadas como esclavos. Las disciplinas de la historia natural y de la geografía imponen una hegemonía científica a la especie humana y a las especies no humanas. La colonización posesclavista da continuidad a esta economía de agotamiento de los cuerpos, de los suelos, de los mares; impone legislaciones que niegan el derecho a la tierra y organiza la censura sobre lenguas, culturas y prácticas.
Siglos de capitalismo racial, de imperialismo y de militarismo (su inseparable cómplice) han construido un mundo inhabitable e irrespirable para millones de personas en el sur global, pero también para las especies no humanas. Aquello que Aimé Césaire ya había vaticinado, el «efecto retorno» de las políticas coloniales —es decir, su regreso a Occidente—, revela la inevitable expansión de la violencia. Lo que Occidente creía que podía externalizar (guerras, represión brutal, negación de derechos, devastación, predestinación a una muerte prematura) está regresando a su territorio. Y aunque las revueltas, las revoluciones y las insurrecciones son pacificadas ofreciendo a los ciudadanos de Occidente algunos beneficios de esa extracción, el velo de la paz armada que garantiza el orden capitalista, patriarcal e imperialista se rasga y muestra su verdadero rostro, el de un orden estatal al servicio del neoliberalismo autoritario.
Pero siempre es el sur global el que paga el precio más alto. Millones de niños y niñas nacen allí con enfermedades respiratorias, en muchísimo mayor número que en el norte; muchas más personas mueren allí debido al aire contaminado, más que por cualquier otra causa; ejércitos, industrias de combustibles fósiles, empresas mineras, comerciales, digitales y agroindustriales contaminan cuerpos, suelos y fuentes de agua durante generaciones, y vierten toneladas de residuos tóxicos. Las catástrofes climáticas agravan estas desigualdades estructurales y raciales. Las inundaciones de Pakistán, el terremoto de Turquía y la pandemia de la COVID-19 han demostrado una vez más que los pueblos del sur global son las primeras víctimas de las intersecciones de la opresión de raza/clase/género en el centro de las crisis climáticas y sanitarias. Y son las mujeres negras, indígenas y racializadas, la infancia, las personas con diversidad funcional y las personas trans las más afectadas. Las herramientas de vigilancia y de represión —drones, muros, normalización de la militarización, políticas antirrefugiados— amplifican la banalización de la muerte de vidas que no cuentan, y el Estado amplía constantemente el radio de acción de la criminalización.
En Francia, bajo la República, persiste el Estado colonial. La extraordinaria movilización de Sainte-Soline y el increíble despliegue de fuerzas armadas y su brutalidad no deben hacernos olvidar los asesinatos que padecen la juventud negra y árabe, la violencia colonial en el espacio público, los antidisturbios que obligan a adolescentes negros/as y racializados/as a arrodillarse, la estigmatización de las mujeres con velo, la islamofobia, el racismo estructural y la caza de personas refugiadas. La industria nuclear «francesa» se basa en la extracción de uranio en Níger y, por tanto, en la polución y en la contaminación; la industria bananera de las Antillas se basa en el envenenamiento, durante generaciones, de cuerpos, suelos y ríos por el pesticida clordecona. En la Guayana Francesa, una ZAD indígena que se oponía a la destrucción de un bosque en tierras amerindias fue reprimida. En Mayotte, la Legión Extranjera, establecida allí desde 1975, protege los intereses imperialistas de la industria de los combustibles fósiles (el 30 % del tráfico mundial de petróleo pasa por el canal de Mozambique). En esta isla, donde escasea el agua, donde la deforestación alcanza el grado más alto de todos los departamentos de Francia, donde un director de la Agencia Regional de Salud propone que el hospital ofrezca la esterilización a todas las mujeres, el Estado francés responde con operaciones militares, redadas, expulsiones masivas y políticas antiinmigrantes.
En la larga historia de las Sublevaciones de la Tierra —como oposición a la extracción, el despojo, la explotación y la devastación—, las políticas de liberación de las comunidades cimarronas, el maquis de las luchas por la liberación nacional, las ZAD , desde Standing Rock hasta Notre-Dame-des-Landes, todas las comunas, todas las acciones que desafían al Estado capitalista colonial-racial encarnan estas coaliciones que actúan para la protección de los comunes y ponen en práctica una emergencia vital.
Françoise Vergès. Texto incluido en el libro colectivo Las Sublevaciones de la Tierra.