<p>La acumulaci&oacute;n del capital siempre ha comportado una dimensi&oacute;n constructiva y creadora y dimensiones destructivas. Como cualquier sistema vivo, el capitalismo est&aacute; basado en esta contradicci&oacute;n interna, y no est&aacute; destinado a perpetuarse hasta el infinito y en la eternidad. Hemos llegado al momento en que las fuerzas destructivas asociadas a la reproducci&oacute;n misma del sistema capitalista lo conducen y lo empujan contra aquellas que asegurar&iacute;an su legitimidad por su dimensi&oacute;n positiva y constructiva. El capitalismo ha cumplido ya su tiempo y, lejos de permitir la puesta en pr&aacute;ctica del potencial que el progreso de la ciencia y de la tecnolog&iacute;a en principio permitir&iacute;an, lejos de posibilitar la aceleraci&oacute;n del desarrollo bajo formas apropiadas en las periferias, el capitalismo imperialista anula esas posibilidades de emancipaci&oacute;n. La alternativa necesaria y posible a este sistema que ha entrado en la senilidad implica la inversi&oacute;n de las relaciones sociales que aseguran la dominaci&oacute;n del capital en general y la de los centros sobre las periferias en particular. Un sistema en el cual la integraci&oacute;n de los seres humanos se har&iacute;a no por &ldquo;el mercado&rdquo; sino por la democracia tomada en su sentido m&aacute;s pleno y m&aacute;s rico.</p>