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<p>Si bien, a juzgar por el título, podría creerse que este ensayo versa sobre aspectos relativos a la disciplina geográfica, en realidad se trata de un texto en el que se abordan problemáticas pedagógicas en torno a la enseñanza de la geografía y a la necesidad de una reforma del sistema educativo en general. Al mismo tiempo que se desarrollan perspectivas epistemológicas en relación al carácter científico de la geografía tanto física como social, se plantean ideas vinculadas a la educación integral y a la pedagogía libertaria, es decir, nociones que apuntan a una enseñanza basada en el razonamiento lógico y en el cultivo de la imaginación a través de la autonomía y la solidaridad de los individuos y de las comunidades educativas, cuyos conocimientos científicos serían compartidos mediante redes de intercambio y colaboración.</p>
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<p>En 1918, cuando casi todos los progresistas americanos apoyaban la guerra y la participación en ella de su país, Randolph Bourne (1886-1918) un joven intelectual escribía un lúcido ensayo antibelicista: según él, la guerra revelaba el verdadero rostro del Estado, que se servía de ella para extender su dominio en el extranjero y aplastar toda disidencia interna con leyes de excepción. Allí figura el aforismo que le hizo célebre: La guerra es la salud del Estado.</p> <p>Bourne mostró desde joven un talento precoz para la escritura, colaborando con medios progresistas como <em>The Atlantic Monthly</em> o <em>The New Republic</em>. Pero simpatizaba cada vez más con la causa de los trabajadores, identificándose con los explotados y oprimidos por experiencia directa derivada de su discapacidad física (era un jorobado de 1,50 m con el rostro deforme) y su precariedad laboral. Desde 1914, su inflexible postura antibelicista lo enfrentó a casi toda la izquierda americana, que lo marginó y expulsó de sus medios.</p> <p>En los textos que presentamos aquí, «La guerra y los intelectuales» y «El Estado», Bourne ejecuta un análisis mordaz de cómo el intelectual progresista americano, aliándose con las fuerzas más reaccionarias, abandona su pacifismo e internacionalismo por una guerra «en pos de la democracia», y muestra al Estado en tanto que maquinaria para borrar toda disidencia e imponer un pensamiento único.</p>
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<p>«Es a la juventud a quienes me quiero dirigir. Que la gente mayor, me refiero, claro, a la gente mayor de corazón y pensamiento, deje de lado estas palabras y no canse sus ojos leyendo lo que nada les dirá. Te imagino de dieciocho o veinte años, que has acabado tu aprendizaje o tus estudios, te incorporas en este momento a la vida. Supongo tu pensamiento libre de las supersticiones que ha intentado imponerte el profesorado, supongo que no temes al demonio, que no vas a oir sermonear a curas o a la clase política.Y también que no eres una persona presumida, uno de esos tristes productos de una sociedad en decadencia que despliegan su ropa cara y sus poses chulescas por las calles, que incluso a su temprana edad solo desean vanidoso placer a cualquier precio, asumo, por el contrario, que tienes buen corazón; y por esta razón a ti me dirijo.»</p> <p>Por fin disponemos de una edición en formato libro de bolsillo del texto más difundido de Kropotkin.</p>
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<p>Esto no es un libro. Es un interruptor. Un dispositivo que corta la corriente. Y que a la vez permite que algo se ponga en marcha, que algo se encienda. Me gustaría que la lectura de este libro supusiera un «clic», un chispazo que interrumpiera una cadencia de mierda, una bajada de tensión en el movimiento LGTBQ que debe terminar cuanto antes. Y que se encendiera otra forma de hacer las cosas y de comportarnos como maricas, lesbianas y trans frente a la sociedad y las propias tendencias involucionistas que anidan entre nosotros. Si esto no pasa, este libro no habrá funcionado.</p>