Veinticinco años después de haber terminado el instituto, un grupo de antiguos alumnos decide encontrarse en algún lugar del Alentejo. A la hora señalada, todo confluye en el mismo lugar: la memoria truncada, la ausencia presentida, las conversaciones demoradas, un banquete como pretexto y, sobre todo, un rol de encantos perdidos. La tarde de otoño reservará, sin embargo, dos sorpresas cuidadosamente preparadas por los anfitriones: una cata de vinos en los bajos de una bodega y la visita a una cantera de mármol, en los alrededores de Vila Viçosa, donde, realmente, todo se precipita. La caída de un bloque de piedra entierra a algunos de los presentes que, dentro de una especie de gruta, permanecerán más de dos días entre la vida y la muerte, el delirio y la navegación de lo imposible, la contención y la confrontación con antiguos fantasmas. Una grieta, abierta sobre esta especie de gruta, definirá el trayecto simbólico y metafórico de la novela. Solamente con la certeza de que todos los personajes se volverán a encontrar a lo largo del año con el que se cierra el milenio. Por una simple casualidad y sin volver a verse jamás.