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<p>Este libro aborda el conflicto existencial del hombre contemporáneo desde la dualidad dialéctica salud-enfermedad. El autor, cogiendo ejemplos extraídos de su praxis como psiquiatra y médico generalista, analiza las circunstancias emocionales del ciudadano de nuestro entorno que suelen llevarle a la perplejidad y la angustia. A su vez este estado emocional tiende a mutar hacia patologías psíquicas y físicas. La pretensión del autor viene a ser explicar lo difícil que es estar realmente sano en nuestros días, si por salud se entiende un estado de bienestar físico, psíquico y ambiental. Las potencialidades esencialmente humanas (el amor y el odio, la amistad y la enemistad, la imaginación, la creatividad y el erotismo, incluso el no hacer nada) se ponen al servicio de necesidades superfluas, que crean un caldo de cultivo idóneo para el estado permanente de malestar emocional. No son temas nuevos pero son abordados en este libro sin acicalamientos artificiosos ni trasvases teóricos traídos desde otros ámbitos.</p>
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<p>Todavía ahora, a principios del siglo XXI, muchos padres tienen dificultades para decir abiertamente: «mi hijo es homosexual». Este libro recoge las experiencias de unas familias cuyas vidas se han visto afectadas por el descubrimiento de que uno de sus descendientes es lesbiana o gay, describe cómo la percepción de los demás influye en ellas y en qué medida se ve modificada la imagen que los propios padres tienen de su hijos.</p> <p>A lo largo de sus entrevistas a unas cincuenta familias, los autores detectan un mismo patrón en el camino que conduce de la declaración de la homosexualidad del hijo o de la hija a la plena integración de la nueva realidad. Camino jalonado por unas fases que son descritas con detalle a partir de los relatos de los padres: pérdida, acusación, culpabilidad, aceptación e integración. Un patrón común, pero compartamientos diversos.</p> <p>Algunas veces la noticia lleva a los padres y a los hermanos a reforzar sus lazos con el hijo gay o la hija lesbiana. Otras, los compañeros de los hijos y las familias de aquéllos llegan a asumir plenamente el papel que les corresponde, en concordancia con los vínculos que les unen. En otras ocasiones los padres y los hermanos descubren un nuevo significado en sus vidas a través de la colaboración con los colectivos o asociaciones de padres, familias y amigos de lesbianas y gays, y por medio de la participación en la lucha por los derechos de los homosexuales. Muchas familias declararon al ser entrevistadas que el permanecer unidas les ha ayudado a superar los poderosos obstáculos impuestos por la sociedad.</p> <p>Los autores muestran también los efectos duraderos y a veces trágicos de los temores que surgen en las familias cuando un hijo o una hija les revela su homosexualidad.</p>
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<p>Masai, pigmeos, bosquimanos, tuaregs... Hay pocos pueblos, en el imaginario occidental, que despierten una mayor atracción por el África exótica. Las novelas, las películas y las fotos artísticas nos han transmitido una estampa tópica que, sin ser falsa, es más bucólica que real. Lo interesante del caso es que disponemos, todavía hoy, de realidades palpables. El científico puede contrastar quién son estas gentes, cómo viven y qué problemas afrontan. Las etnias recogidas en este volumen han sido diezmadas e incorporadas, sin contemplaciones, al tren de la modernidad. Pero aún existen.</p> <p>Lo más atractivo de este libro es que no se trata de una reconstrucción histórica, o no únicamente. Más allá de los estereotipos, los autores se han esforzado en trazar cuadros actuales y rigurosos sobre la naturaleza de tan pintorescas comunidades. Han intentado superar los complejos que oscilan entre el paternalismo indigenista y el empuje del genocidio globalizador. Han procurado, en definitiva, dar un aire solvente a sus observaciones, pero también humanizar su enfoque, al considerar a sus objetos de estudio como mayores de edad. Entre las páginas que siguen, se encuentran un conjunto de ensayos que abordan la diferencia –las más preciosas, frágiles y caricaturizadas de las diferencias–, siempre bajo el paraguas de la condición humana universal. El grupo de expertos del Centro de Estudios Africanos de Barcelona (CEA), ha emprendido esta tarea con la esperanza de que la aventura real y tangible de los pueblos reseñados sea posible. Con la ilusión de que la vida, más allá del estado y del museo, sea posible.</p>
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<p>El islam reguló con bastante flexibilidad el estatuto de las minorías. Ello posibilitó la existencia de una notable pluralidad religiosa, en un sistema que combinaba un razonable respeto a las creencias con la segregación espacial que, si por una parte impedía una verdadera integración, por otra era garantía de supervivencia para las creencias minoritarias. Se trataba de una segregación de carácter especializado: algunos grupos particularmente turbulentos o sectarios fueron empujados a instalarse en lugares apartados, desiertos o montañas, mientras que otros, particularmente los llamados «pueblos del libro» –cristianos y judíos– gozaron de particular tolerancia en las ciudades. La presencia europea y, más aún, las independencias han provocado cambios, que fundamentalmente han supuesto políticas de homogeneización religiosa o de exclusión, con una intensa represión de las minorías. Cuando éstas estaban muy cohesionadas, han podido ocupar nichos de poder, como los maronitas en Líbano o los alawíes en Siria. En cualquier caso, las bases tradicionales de convivencia están en quiebra, lo que puede convertirse en un importante foco de inestabilidad política. Esta obra es el más completo estudio de las minorías en la umma, desde las disidencias musulmanas –shiíes en zonas sunníes, jariyíes…–, las sectas –drusos, yazidíes– y las minorías de otras religiones, cristianas, judías y zoroastrianas. En todos los casos, se analiza su distribución geográfica, su evolución en el tiempo y las características de su asentamiento. Ello da una imagen de conjunto de la caleidoscópica pluralidad del islam, aunque esté sometida implacablemente al desgaste de los nuevos tiempos.</p>
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<p>Introducción a la Antropología Política proporciona una guía para comprender la irregularidad del desarrollo de esta disciplina, a la cual no es ajeno el debate que se suscitó en los años ochenta sobre la pertinencia de que la política formara parte del ámbito de la antropología. Frente a la posición de Easton, que sostenía que la antropología no podía aislar los sistemas políticos de otros subsistemas de las sociedades que estudia, como el parentesco, la religión o el grupo de iguales, porque a través de éstos se manifiestan el poder y la autoridad, Ted C. Lewellen defiende que justo en eso reside la aportación fundamental de la antropología política, puesto que permite especificar cómo el lenguaje de la política se expresa por medio de instituciones, ideologías y prácticas aparentemente no políticas. Al repaso de la concepción de la antropología política a través de las distintas corrientes –estructural-funcionalista, procesual, posmoderna–, sin olvidar las políticas de identidad –la etnicidad y el nacionalismo–, le sigue la necesidad de una antropología de la globalización, que exige un análisis no sólo de cómo las estructuras globales se imponen a escala local, sino también de la resistencia y la oposición a esas imposiciones.</p>
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<p>La obra hace un balance de los cambios acaecidos en la sociedad francesa desde los años sesenta, en la vida privada, la vida en el trabajo y las creencias simbólicas (religión, política, etc.), relacionándolos con tres procesos que han conocido evoluciones significativas en el último período: el proceso de emancipación de las mujeres, el proceso de racionalización económica y el proceso de privatización de las creencias. Según la tesis del autor, las antiguas formas de identificación de los individuos (culturales, estatutarias…) han perdido su legitimidad y las nuevas formas (reflexivas, narrativas…) no están aún plenamente constituidas ni reconocidas. La constatación de la crisis está vinculada a una coyuntura económica, política y simbólica particular: globalización de los intercambios y ascensión de una nueva economía, cuestionamiento de los estados-nación y hundimiento del comunismo «real», diversificación de las formas de la vida privada y de las relaciones entre los sexos.</p> <p>Tal coyuntura tiende a exacerbar las cuestiones identitarias y a multiplicar las crisis existenciales. Las dificultades para definirse a uno mismo y para definir a los otros, para hacer proyectos y hacerlos reconocer, para expresar con palabras las trayectorias personales y las historias colectivas se explican a partir de la travesía de una fase crítica de la dinámica de las sociedades modernas, ya percibida por Max Weber hace más de un siglo: aquella en el curso de la cual las identificaciones defensivas, de tipo «comunitario», bloquean la emergencia de identificaciones constructivas más inseguras, de tipo «societario». Las nociones de «sujeto que aprende» en la escuela o de «competencia» en la empresa, de revelación amorosa en la esfera privada o de compromiso auténtico en la vida pública, los nuevos «modelos de individualidad» se oponen al auge de crisis identitarias especialmente agudas.</p>
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<p>Sexismo, racismo y xenofobia son infecciones cotidianas que las sociedades democráticas han acordado combatir. El respeto a la pluralidad es un objetivo político común. A la globalización se oponen la diversidad y las adaptaciones locales. Por esa razón, los proyectos sociales democráticas plantean la diversidad como una riqueza a fomentar. El respeto al mestizaje étnico, cultural y racial se presenta como prueba de avance democrático, pero todo el mundo olvida el mestizaje sexual. Nuestra sociedad se comporta y educa como si existiera una sola forma de amar (normal y recomendable). El heterocentrismo genera injusticia y desigualdad social porque se basa en la negación, parcial o total, de la humanidad del «otro». La homofobia se inscribe en el núcleo duro del heterocentrismo, y constituye una estrategia de control social que permite la discriminación y la subalternidad de quienes se apartan del modelo central: niega la diversidad sexual, afecta a varones y mujeres, y ha convertido la identidad masculina actual en un problema de salud pública. Ser macho mata, porque se marcho implica agresión y autolesión. Agresiones a los otros, los distintos, los raros; mujeres, homosexuales o emigrantes, da igual. Autolesión y violencia contra uno mismo, porque ser hombre implica estrés, tensión y ansiedad para probar todo el tiempo la propia masculinidad. Sobre la homofobia se construye la identidad masculina actual. Combatir la homofobia y educar en la diversidad sexual se ha convertido en una cuestión de profilaxis democrática. Sin embargo, la homofobia sigue siendo socialmente invisible: no tanto porque sea sutil, sino más bien porque ni los políticos ni los ciudadanos están formados para reconocerla. Este libro es un excelente modo de hacerla visible.</p>
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<p>El uso de «drogas de síntesis» se ha popularizado como una «forma de policonsumo» en la que se incluyen, por ejemplo el «speed» o anfetamina en polvo, el LSD o la cocaína junto al "éxtasis", como sustancia central y más conocida. Estas drogas han constituir un elemento crucial de algunas de las formas de drogas de éxito e impacto de los jóvenes de los noventa. Estos usos de droga se popularizan en paralelo a la difusión de la cultura juvenil del «tecno» o «cultura del baile». Este libro recoge el resultado de la investigación llevada a cabo desde el año 1994 por la antropóloga Nuria Romo en entornos de ocio asociados a este movimiento juvenil. La aplicación de la perspectiva de género al estudio de estos usos de drogas ha servido para cuestionar los modelos de usuarios de "drogas de síntesis" como unívocos y mostrar la diversidad de los sexos cuando se acercan al uso de estas drogas.</p>
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<p>En el día de hoy, y con todas las pasiones, justas y doloridas unas, espúreas otras, que promueve en la vida social la existencia de una violencia social permanente, es una gran hazaña intelectual decidirse a abordar filosóficamente este tema de la violencia; y al decir esto no se quiere decir, como podría entenderse, «abordarlo pacientemente», sino por el contrario, como hace Joxe Azurmendi en los textos que contiene este libro, con toda la pasión y la impaciencia propias de una verdadera vocación intelectual. El tema de la violencia puede ser un piélago de confusiones como aquel en el que se hundió en su momento Georges Sorel (<em>Reflexiones sobre la violencia</em>), o una rigurosa plataforma de análisis, como lo fue para Engels, que abrió los ojos a la complejidad de los hechos sociales (<em>Teoría de la violencia</em>). De esa complejidad parte, y por ella circula con claridad teórica y coraje civil Joxe Axurmendi, en este libro que ojalá contribuya –tal es nuestro objetivo editorial– a la elucidación de una situación indeseable, y que es preciso abordar inteligentemente, como único camino hacia la consecución de una paz –que no pacificación– generalmente deseada.</p>
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<p>La tragedia de la edad moderna, desde la que nos entendemos a nosotros mismos, es doble: por primera vez, vivimos en una sociedad en la que no sólo no podemos ser "seres racionales", sino que tampoco podemos ya ser sencillamente "hombres". Es preciso comenzar por interrogar a la antropología para medir la magnitud de este desastre, en el que ni la razón ni el hombre pueden ser ya "la medida de todas las cosas". Este famoso dilema platónico sigue siendo, lo queramos o no, el único punto de partida para entender todas las encrucijadas sobre las que se ha levantado el edificio político de la sociedad moderna. ¿Qué mide la sociedad moderna y con que métron se ha exigido medirse a sí misma? La pregunta hay que remontarla a un momento en que Platón denunciaba el Teatro como el máximo rival de la Academia, explicando que la democracia no había sepultado la aristocracia más que para corromperse en seguida en una perniciosa "teatrocracia". El lema del friso de la Academia, "no entre aquí quien no sepa geometría" nos obliga a plantear la relación entre dos formas de medir: ¿qué pasa con la medida en el espacio trágico? ¿qué mide lo trágico y qué mide la geometría? Y en último término: ¿qué mide y qué pretende medir la idea de un Estado de Derecho?</p>