<p>Le Corbusier ha sido considerado el arquitecto más ­influyente del siglo XX y su trayectoria representa la relación contemporánea entre arquitectura, urbanismo y poder. Sin embargo, su legado se ha querido banalizar con una pátina de neutralidad.</p>
<p>Hoy en día, empezamos a conocer las filiaciones totalitarias y fascistas que modelaron su propuesta teórica, cristalizada en los edificios que habitamos, en las calles que transitamos y, por supuesto, en la tarea de quienes diseñan desde sus estudios y despachos «las muy desesperantes ciudades que conocemos».<br />
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Este estudio desmonta la pretendida separación entre el personaje y su obra, y revela que existe una profunda coherencia entre ambos. Durante el período de entreguerras y hasta el final del conflicto, Le Corbusier se presentó como «partidario del orden, de la familia y de la jerarquía; temas que durante la Segunda Guerra Mundial le condujeron, muy rápidamente, hacia la capital de una Francia colaboracionista: Vichy».<br />
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El verbo polémico de Marc Perelman nos adentra en la reducida concepción de la vida humana del Padre de la arquitectura moderna: «habitar, trabajar, recrearse». La estandarización unidimensional de la arquitectura, la geometrización de los espacios y, con ellas, de la vida misma dan forma a la utopía totalitaria de la ciudad corbusiana. Un proyecto, en definitiva, destinado en última instancia al control disciplinario de los cuerpos en el espacio y el tiempo.</p>