<p>En el ideario colectivo de la iconograf&iacute;a romana es Espartaco, el gladiador tracio que dirigi&oacute; la tercera revuelta servil contra la rep&uacute;blica romana, quien encarna el ideal de libertad y rebeld&iacute;a. Y con &eacute;l, la figura del liberto. Sin embargo ateni&eacute;ndose a la realidad, en l&iacute;neas generales, el liberto era aquel que asum&iacute;a la romanizaci&oacute;n en mayor medida. Y quien aspiraba en su fuero interno a integrarse en la sociedad romana con derecho propio. N&oacute;tese la paradoja de que los libertos que medraban y se enriquec&iacute;an compraban sus propios esclavos, lo cual rompe definitivamente ese ideal de justicia po&eacute;tica.</p> <p>La b&uacute;squeda de un protagonista con tintes anarquistas, paralelo al ideal libertario, en el Imperio Romano ha sido uno de los retos m&aacute;s dif&iacute;ciles. Encontrando, casi por azar, la figura jur&iacute;dica del liberto dediticio. Aquel al que se le ha otorgado el privilegio de la libertad y en lugar de mostrarse agradecido hace gala de mala conducta. Juzgado por infamia, la ley romana que no contempla retirarle el estatus de liberto, le penaliza retir&aacute;ndole sus derechos pol&iacute;ticos, el ejercicio del comercio, el derecho al matrimonio reconocido, lo proscribe de las ciudades y le niega el derecho a la propiedad. Convirti&eacute;ndolo de facto en un esclavo sin amo.</p> <p>As&iacute; naci&oacute; nuestro protagonista al que bautizamos con el nombre de T&aacute;ntalo, &ldquo;el desafortunado&rdquo;. Traidor de la confianza de los dioses, condenado por Zeus a pasar hambre y sed eternamente.</p> <p>Un libertario sin Dios ni Amo</p>