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<p><em>«Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad. Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda del trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole.»</em></p> <p>Probablemente, Lafargue bailaría hoy con gusto al son de La Polla Records aquello de «no disfrutamos en el paro, ni disfrutamos<br /> trabajando». La desquiciante situación de desempleo masivo que se vive en la actualidad, y la no menos desquiciante precariedad de quienes tienen un puesto de trabajo; en definitiva, el perfeccionamiento del chantaje de un mercado de trabajo que no deja de ser un mercado de personas, le da una vigencia inquietante a este texto escrito en el siglo XIX.</p> <p>Todavía hoy existe un encumbramiento moral del trabajo, en<br /> un mundo en que tanto el privilegio de ser explotado como la imposibilidad de serlo son formas compatibles, convergentes y paralelas de destrucción social y psicológica de las personas. Ya en su tiempo, Lafargue detectó lúcidamente lo que no es más que pensamiento mágico; esa religión del trabajo, que incluso las corrientes mayoritarias del movimiento obrero tomaron como propia.</p>
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<p>Karl Polanyi muestra como las sociedades humanas han estado estructuradas por tres formas de relación socioeconómica, repetidas en sistemas distintos a lo largo de la historia de la humanidad: la redistribución, el intercambio y la reciprocidad.</p> <p>No obstante, las llamadas «leyes de la ciencia económica» han instaurado una manera de entender el mundosegún la cual la lógica de la sociedad de mercado conformaría un continuum, en el que los valores liberales del <em>homo economicus</em> serían una especie de esencia de las relaciones humanas. A su vez, la lectura marxista contribuyó a presentar la economía como un espacio autónomo y determinante de la sociedad.</p> <p>El autor austríaco pone en cuestión ambas lecturas y, desde un profundo conocimiento antropológico, evidencia que el capitalismo y la sociedad de mercado son más bien una excepción dentro de los modos de organización de las sociedades humanas.</p>
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<p>Si nos situamos en un terreno exclusivamente económico, ¿se puede considerar que el capitalismo tiene un límite histórico? Por su parte, la gran marxista Rosa Luxemburgo respondía diciendo que sí, indudablemente, el capitalismo, en tanto que modo de producción, llegaría a un estadio último en que se convertiría en “una imposibilidad económica objetiva”, ella descartaba, no obstante, esta eventualidad al considerar que antes incluso de que el capitalismo hubiese podido recorrer la totalidad de su trayectoria histórica, «la exasperación de los antagonismos sociales y políticos» crearía «una situación tan insostenible» que no habría necesidad de que el capitalismo alcanzase un tal extremo par desaparecer. Esto fue escrito en 1913 en su ensayo <em>La Acumulación del capital</em>. Casi 90 años después, ¿es posible todavía sostener semejante punto de vista?</p>
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<p><font size="4" face="Times New Roman">En su expansión y propagación a lo largo del siglo XX, la forma metrópoli se manifestó en la primera mitad del siglo especialmente en los países centrales, y muy en concreto en Occidente. Las principales metrópolis en 1900 eran Londres y París, seguidas de cerca por Nueva York. La “ciudad vertical” por excelencia, que irrumpía con fuerza por aquel entonces. Esta “ciudad vertical” que luego se iría extendiendo en menor medida por los espacios centrales y que implicaba un intenso consumo energético eléctrico (de procedencia principalmente fósil) para garantizar la movilidad vertical de sus habitantes. La demanda de energía eléctrica se dispararía activada además por la extensión de la iluminación artificial urbana y la extensión de la segunda revolución industrial. En la segunda mitad del siglo, en cambio, la forma metrópoli va a proliferar especialmente en el Sur y en concreto en los Estados periféricos emergentes del nuevo capitalismo global, y muy en concreto en China e India, como resultado de diversos factores: industrialización, fuerte desarticulación del mundo rural y explosión demográfica. Pero este proceso está marcado en general por una urbanización de carácter dependiente de las dinámicas centrales. De entre todos los crecimientos urbanometropolitanos cabe destacar el caso de China, donde desde hace casi tres décadas se está dando el mayor proceso de migración de masas y de urbanización que el mundo haya conocido jamás, con centenares de millones de personas migrando en este periodo desde el interior del gigante asiático hacia las metrópolis de su fachada del Pacífico.</font></p> <p align="left">Todo ello ha hecho que las principales “Megaciudades” del mundo en términos demográficos se encuentren hoy en día en general fuera de los espacios occidentales, y que las dos principales metrópolis de principios del XX.</p>
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<p>"Buenas tardes, mi nombre es Miguel y llamo de Citibank, ¿Puedo hablar con el señor Eduardo martínez?". Esa voz amable, versátil, casi ingenua, que solivianta el silencio de la casa es la de uno de los miles de jornaleros del teléfono que, desde Madrid, Buenos Aires o Tánger, nos llama solícito. ¿Jornaleros del teléfono? El joven, licenciado universitario, seguramente se removería inquieto ante la comparación. No, él no es un segador de Novecento, ni en este call-center se desuellan alcornoques, como hacían los Maltiempo que retratara Saramago en "Levantados del suelo". Él no se ensucia las manos, y su trabajo, nos diría, lo hace sentado, es cognitivo, inmaterial... </p>
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<p>De la emancipación de la servidumbre a las herejías subversivas, un hilo rojo recorre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo. Todavía hoy expurgado de la gran mayoría de los manuales de historia, la imposición de los poderes del Estado y el nacimiento de esa formación social que acabará por tomar el nombre de capitalismo no se produjeron sin el recurso a una extrema violencia. La acumulación originaria exigió la derrota de los movimientos campesinos y urbanos, que normalmente bajo la forma de la herejía religiosa reivindicaron y pusieron en práctica diversos experimentos de vida comunal y reparto de la riqueza. Su aniquilación abrió el camino a la formación del Estado moderno, la expropiación y cercado de las tierras comunes, la conquista y expolio de América, la apertura del comercio de esclavos a gran escala y una guerra contra las formas de vida y las culturas populares que tomó a las mujeres como su principal objetivo.</p> <p>Al analizar la quema de brujas, Federici no sólo desentraña uno de los episodios más inefables de la historia moderna, sino el corazón de una poderosa dinámica de expropiación social dirigida sobre el cuerpo y la reproducción femenina. Ésta constituye a un tiempo el acta de nacimiento de nuestra época como el registro de unas voces imprevistas (las de los subalternos: Calibán y la bruja) que todavia hoy resuenan con fuerza en las luchas que resisten a la continua actualización de la violencia originaria.</p>
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<p>Marx entendió el capitalismo como una etapa necesaria para llegar a una sociedad sin clases en un mundo sin escasez. Fascinado por la potencia productiva del capitalismo industrial que tan ferozmente combatía, dejó de lado la explotación del trabajo no asalariado, el trabajo no pagado de las mujeres dedicado a la reproducción de la mano de obra; un trabajo que consideraba natural y arcaico. Estas dos limitaciones del trabajo teórico de Marx marcaron en enorme medida el desarrollo de las teorías y luchas marxistas, centradas desde entonces en la fábrica y casi siempre magnetizadas por el fetichismo tecnológico.<br /> <br /> Silvia Federici y otras feministas de los años setenta, tomando a Marx pero siempre más allá de Marx, partieron de su idea de que "el capitalismo debe producir el más valioso medio de producción, el trabajador mismo". A fin de explotar esta producción se estableció el patriarcado del salario. La exclusión de las mujeres del salario otorga un inmenso poder de control y disciplina a los varones a la vez que esvaloriza e invisibiliza su trabajo. Esta invisibilización no solo es útil para explotar el gigantesco ámbito de la reproducción de la fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, y al igual que la desvalorización de otras muchas figuras (esclavos, colonizados, migrantes), sirve al capitalismo en su principal objetivo: construir un entramado de desigualdades en el cuerpo del proletariado mundial que le permita reproducirse.</p>