<p>Par&iacute;s, 1982. A las puertas de la muerte, Sam acude a su amigo Georges, un activista de extrema izquierda que est&aacute; de vuelta de todo, para que lleve a cabo su &uacute;ltimo deseo: el joven debe encargarse de culminar su proyecto de representar Ant&iacute;gona en el coraz&oacute;n de Beirut, entre francotiradores de todos los bandos, a fin de arrebatarle unas horas de paz a la guerra. Los actores &shy;&shy;&mdash;chi&iacute;es, palestinos, cristianos, drusos y maronitas&mdash; forman una extra&ntilde;a compa&ntilde;&iacute;a que re&uacute;ne todas las etnias y las religiones enfrentadas en la cruenta guerra civil.<br /> <br /> En el teatro, una pared invisible a&iacute;sla a los actores del patio de butacas. En el escenario b&eacute;lico, a un lado de la pared est&aacute;n los verdugos y sus v&iacute;ctimas; en el otro, el p&uacute;blico que contempla la tragedia con horror o indiferencia, da igual: esa pared los protege de lo que presencian, ya que nadie puede cruzarla sin salir indemne.<br /> <br /> La cuarta pared ahonda en la desgarradora distancia que existe entre la paz y la guerra, entre el drama y la tragedia. El lector se adentrar&aacute; en un silencio revelador: a trav&eacute;s de Sorj Chalandon, habr&aacute; mirado de frente a los ojos de la bestia. Y habr&aacute; entendido todo lo que oculta la guerra.</p>