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<p>Al norte está el pueblo. Solía ser una ciudad. En las noches claras, que son las menos, se distingue a lo lejos lo que queda de las ruinas de la vieja catedral. Al sur, al este, al oeste, se extienden los páramos, kilómetros de lodo y brezo carcomido por la lluvia. La tierra se traga gente, animales, vehículos abandonados, y luego el barro los regurgita, como regalos no deseados. Raíces retorcidas, viejos electrodomésticos; cadáveres antiguos y modernos se alzan del fango, barcos hundidos en el fondo del mar. </p> <p>María Bonete (una de las autoras de la antología de ficción climática Estío, publicada por Episkaia) realiza en No hay tierra donde enterrarme, con la escritura de las hermanas Bronte como brújula, una actualización de la novela gótica en un futuro de desastre ambiental, en lo que probablemente constituya la primera obra del gótico climático. En este paisaje recóndito en algún lugar del Reino Unido, la niebla oculta y destruye, poco a poco, la relación de las protagonistas con el mundo conocido. Quizá haya esperanza más allá del controlado confort de la cotidianidad, transformada también en un espacio de vigilancia y control, pero la única forma de adentrarse en la bruma y volver es hacerlo juntas.</p>
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<p>Pierre, joven agraciado por la fortuna y el talento, descubre un día que la imagen de su difunto padre no es tan venerable como le habían inculcado. A partir de ese momento su vida se convierte en una peregrinación hacia la derrota en la que el amor y la familia son actores principales y causa de sus males.</p> <p>Pierre, que mantenía una relación ambigua con su hermosa madre, antes de casarse con su novia llega a la conclusión de que tiene una hermana bastarda, lo que le plantea un dilema: proseguir el rumbo que su madre había trazado para él, o romper con su amable mundo arrostrando las consecuencias. Elige esto último, creando deliberadamente graves malentendidos que empujan a Pierre por el sendero de la desesperación. La sombra –también ambigua– del incesto se cierne sobre la obra, que a su vez ofrece una reflexión sobre el drama interno de todo escritor, no siempre capaz de verter sobre el papel las emociones y los sentimientos que le embargan.</p>
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<p>Salió a los campos y se acercó a la orilla del río. Todo le resultó extrañamente silencioso. Se engañaba. En el álamo blanco, centenario, que tan bien conocía, se habían refugiado multitud de pájaros que a aquella hora de la tarde entremezclaban sus cantos creando una desigual sinfonía. Pero él no podía percatarse, empezaba a oscurecer. Se había encerrado en su conciencia. Viajaba solo en ese tren hacia la noche que se echaba sobre los campos. Era el comienzo del verano de 1936. Así comienza poco más o menos esta novela que habla de un tiempo de guerra y de revolución en la España de 1936. A medio camino entre la ficción histórica y el relato de aventuras, y frente a la ya muy abundante literatura escrita sobre la cuestión, Primera y última tierra intenta recorrer caminos poco explorados.</p>
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<p>Sobre las ruinas de un negocio de combustible unos europeos construyen un local al que llamaron Red Burdel y que altera la tranquilidad de un pequeño pueblo de la costa este de África. Los sucesivos conflictos de intereses y la expectación que genera el local permiten el desvelamiento de unas historias que conducen a un micromundo de mentiras y ocultamientos que sostenían unas vidas poéticamente apasionantes.</p> <p>¿Por qué escribo este libro? Yo respondería a la cuestión preguntando a mí vez por qué no escribirlo. Siendo escritor de Guinea Ecuatorial, lo más probable es que cualquier lector que me lea lo haga con la intención de encontrar respuestas a cuestiones planteadas desde la búsqueda de los elementos que definen la guineanidad. Pero es necesario recordar a los lectores que de vez en cuando me permito la licencia de eludir esta responsabilidad de cronista sobre lo guineano y doy satisfacción a las musas.</p>