<p>A ojos de los ni&ntilde;os, los adultos siempre parecen ir con prisas a todas partes; siempre parecen llegar tarde a alg&uacute;n lado o venir tarde de alg&uacute;n otro, pues les falt&oacute; tiempo, hubo algo que les hizo perder tiempo o el tiempo simplemente se les escap&oacute; de las manos. Por las ma&ntilde;anas, el padre de nuestra protagonista siempre anda con prisas, quej&aacute;ndose del tiempo perdido. La madre, en cambio, parece tener tiempo de sobras, porque continuamente le da tiempo para hacer sus cosas: &laquo;&iexcl;Te doy diez minutos para que te arregles la habitaci&oacute;n!&raquo;.</p> <p>La protagonista de nuestra historia observa a sus padres en el d&iacute;a a d&iacute;a, atenta a todas las situaciones y lugares donde dicen haber perdido el tiempo. Tambi&eacute;n a ella le toca aprender a gestionar y negociar sus tiempos. As&iacute; que se dispone a indagar ad&oacute;nde va a parar ese tiempo perdido irremediablemente, y si habr&aacute; manera de encontrarlo y guardarlo para que en el d&iacute;a de ma&ntilde;ana a ella no le falte nunca.</p> <p>Una historia llena de humor sobre nuestros ritmos de vida y sobre c&oacute;mo la dictadura del reloj moldea nuestras vidas.</p>