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<p>Reincidentes es desde hace veinte años uno de los nombres perdurables del punkrock político estatal. Este grupo sevillano, con su inapelable régimen asambleario, lleva dos décadas sacando conclusiones de esta injusta sociedad, dándole forma con sus canciones y fondo con sus acciones, viajando constantemente para recoger la esencia de lo que ellos mismos cantan.</p>
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<p>De la tensión entre política y arte nacieron durante el siglo XX las vanguardias que cuestionaron tanto la Política como el Arte, aportando reflexiones importantes acerca del modelo de sociedad que trasciende al arte dominante. A partir de un recorrido crítico y punzante por estas vanguardias artísticas, Stewart Home intenta establecer las líneas de continuidad que unen a movimientos aparentemente tan distantes en el tiempo como el Dadaísmo, el Situacionismo y el Punk.</p>
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<p>De pronto, grupos de jóvenes exhibían un profundo desprecio hacia la figura del profesor, el policía o sus mayores. Pero sucedían cosas todavía más sorprendentes: ruido de cristales rotos en mitad de la noche, peleas y navajas brillantes rasgando los asientos de los locales que programaban conciertos de rock and roll. El adolescente, como tal, apareció, y con éste, atroces visiones de grupos salvajes armados con motos y modern jazz, frenéticos bailes en la calle o en los pasillos del cine, cabellos cubiertos de grasa, droga como comunicación e introspección, cabezas rapadas, canciones que anunciaban un apocalipsis y colapso total inminentes, camisas rotas mostrando los malditos rostros de Bakunin o Charles Manson. Si James Dean o el desafiante Marlon Brando fueron los símbolos de toda una generación, la subcultura punk resucitó otros monstruos. Jack el Destripador parecía pasear su horrible figura por King's Road... El presente ensayo no deja de ser un borrador que debiera ser convenientemente completado y revisado, en definitiva: ser puesto contra las cuerdas de la dialéctica. Aun así, sus pretensiones son las de lograr «leer lo que nunca fue escrito» (Hofmannsthal) acerca del estilo punk y otras subculturas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, como la teddy boy, rocker, mod o skinhead. Igualmente, se exponen ciertas implicaciones que afectan a lo subcultural, como la estetización de la guerra y el concepto de desecho en el estilo y la moda. Lo más complicado de tales planteamientos -como indagar el espíritu que subyace en las subculturas y el estilo- es, asimismo, analizado desde la perspectiva de lo posmoderno y el fin de la historia. Estas breves palabras, ambiciosas por otro lado, deberían bastar para entender las intenciones de su autor.</p>
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<p>Pintada sobre las paredes de la protesta, pero también estampada en mochilas, camisetas, colgantes y gorras, incluso en las prendas masculinas más íntimas, la A es un signo tan conocido y reconocido que ha acabado por ser considerado un símbolo tradicional de la iconografía libertaria. En realidad, nos explican sus creadores, tiene poco más de cuarenta años: la A nace como proyecto en París durante el año 1964, en el interior de uña pequeña red de jóvenes anarquistas, pero comienza su vida pública durante el año 1966 en Milán, impresa sobre octavillas y carteles de la Gioventù Libertaria. Poco después, la explosión de 1968 -y la invención providencial del espray de pintura- hará circular el símbolo por las calles de todo el mundo.</p> <p>Esta inédita historia en imágenes, junto a los relatos que la acompañan, repasa su sorprendente e incluso extravagante difusión planetaria, alcanzada primero bajo el empuje de la pasión libertaria y luego de la cultura punk, hasta su más reciente explotación comercial. Un viaje por el imaginario contemporáneo que da cuenta de las múltiples interpretaciones -a menudo inesperadas, tal vez contradictorias- de un símbolo nacido con una fuerte connotación específica y transfondo con el tiempo en uno de los signos más usados para expresar no tan sólo anarquía, sino también revuelta, rechazo, anticonformismo y transgresión en sus más variadas acepciones.</p>
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<p>Dadá no es burgués, pero se deja querer. Dadá sin ser pantalón tiene bolsillos. Tú, Dadá, eres inaudible, innombrable, sutil y sin definición, mucho mejor que el Tao. Autonomía. Pantinomía. Universo. Multiverso. Rimas en terna. La educación está en los idiomas, en picar zanjas y en tirar con arco. Universidad vital. Dadá, mintamos, un asunto que marcha bien. Dios puede permitirse el lujo de no tener éxito, Dadá también. Es por ello que se dice que Dadá es un lujo, o que Dadá está en celo.</p>
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<p>La ´Patafísica fue uno de los revulsivos más serenos del siglo XX. Una suerte de medicamento vomitivo que alivia allí donde inflama y cura donde congestiona la zona afectada. El objetivo de los siguientes ensayos es dar a conocer las intenciones y peripecias del Colegio de ´Patafísica, y además incluyen la escasamente conocida historia de los miembros de la sucursal argentina, así como las andanzas del Otro Ilustre Colegio de ´Patafísica de Valencia.</p>
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<p>[...]<em>Pegar una estampilla, ser operado de apendicitis, utilizar un distribuidor automático, en estos actos variados descubre coherencias o consecuencias inesperadas, en ocasiones una función ritual y mágica. Así, desgarra el velo de indiferencia que cubre el mundo cotidiano: el suceso se convierte en cuento maravilloso en virtud de una mirada que rechaza las evidencias ostentadas. De este modo, Jarry hace aparecer mitos hasta entonces invisibles: en las páginas que siguen veremos el retorno regular de la máquina que se interpone entre el hombre y el mundo y que se convierte en el objeto de un conflicto terrible. Máquinas muy reales (como el «castigador ortomático» de «Azotar a las mujeres») o múltiples máquinas metafóricas tienen una doble función: aplastar al hombre y su deseo, pero también hacerle sospechar que no es más que una máquina que se ignora a sí misma</em>.[...]</p> <p>[...] En las crónicas que aquí se reúnen, Jarry sigue escrupulosamente esta regla: él medita sobre gastos cotidianos, pequeñas prácticas sociales, se interroga acerca de lo que hacemos maquinalmente, acerca de lo que nos sucede.</p>
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<p>[...] El arte tiene un papel específico que desempeñar en el espectáculo. En cuanto deja de responder a necesidad real alguna, la producción sólo puede ser justificada en términos puramente estéticos. La obra de arte –el producto completamente gratuito cuya coherencia es puramente formal– proporciona en la actualidad la ideología de la pura contemplación más potente posible. Como tal es la mercancía por excelencia. Una vida carente de todo sentido aparte de la contemplación de su propia suspensión en el vacío halla su expresión en el gadget: un producto permanentemente anticuado cuyo único interés y utilidad residen en su abstracta ingenuidad técnico-artística y en el estatus que confiere a aquellos que consumen su última reedición. A medida que pierda cualquier otra razón de ser, la producción en su conjunto se volverá cada vez más «artísitica». [...]</p>
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<p>[...] El Surrealismo está presente allí donde no se instala la servidumbre, allí donde el hombre desespera de sí mismo. El Surrealismo es un estado en permanente revuelta contra todo y contra todos los que no aspiran a su liberación. No se reconoce más que en lo que tiene de irreductible: una necesidad imperiosa de libertad, a cualquier precio. En tanto que surrealistas, no insistiremos lo suficiente en una crítica implacable de aquello que quiera impedir por cualquier medio la liberación del hombre, su emancipación en los dos terrenos: el del espíritu y el social. [...]</p> <p>Se cumplen casi veinte años del inicio de la actividad del Grupo Surrealista de Madrid como tal, y de su más significativa publicación, la revista Salamandra. Y sin conocer –ni mucho menos esperar– cuando llegará su final, reunimos aquí, dispuestos en orden cronológico, los escritos redactados de forma colectiva con la intención de cortarle el paso a los acontecimientos y aportar su particular punto de vista con respecto a la omnipresente cuestión social. El lenguaje, la creación, el intercambio, el trabajo, el deporte, la relación con la naturaleza y lo salvaje, la psicogeografía, el juego, el encuentro de distintas cosmovisiones, etc., son «perfectas coartadas» para activar una crítica implacable al modelo actual de civilización, al que en todos sus aspectos se trata de hostigar, a la vez que se arroja nueva luz sobre las viejas formas de acción que se tornan dañinas a la tarea de hacer avanzar la crítica al Viejo Mundo.</p> <p>Para llevar a buen puerto estos fines, el Grupo Surrealista de Madrid hace uso de la percepción, la experimentación, el juego, la deriva y, en definitiva, de la experiencia de lo maravilloso. Todo esto se concreta en el plano práctico en un proyecto político de vida poética, o lo que es lo mismo, en una «actividad colectiva empeñada en realizar los sueños». Tal proyecto y tal actividad hacen del pensamiento de sensibilidad surrealista (lo que algunos definieron cómo «el padre al que querríamos ver muerto») un sujeto enteramente vivo, que camina en dirección opuesta a las modernas ideologías «radicales» televisadas que ahora se nos ofrecen como manuales de supervivencia. Sin entrar –de momento– en la discusión de si el surrealismo es el padre al que odiamos o al que amamos, y al margen del etiquetaje dispuesto para el consumo, proponemos dejar los prejuicios a un lado y embadurnarnos en la harina que mancha este libro, para llegar a constatar en qué medida la carga subversiva del surrealismo esta aún muy lejos de ser desactivada.</p>