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<p>¿Producen los modelos de gestión público-privada un ahorro real de recursos, y si es así a qué precio? ¿Mantienen la igualdad social en el acceso a la salud? ¿Conservan la calidad del empleo y de las instalaciones que habían caracterizado al sistema público de salud? Y también: ¿es legítimo que empresas privadas obtengan un beneficio por la gestión de servicios públicos? ¿Es legítimo incluso que estos beneficios se produzcan en la gestión de un servicio social tan sensible como la salud? ¿Qué se puede esperar, en definitiva, de un modelo de subcontratación masiva de los servicios sanitarios en un contexto caracterizado por una creciente corrupción política?</p>
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<p><font class="txparrafo">El capitalismo está tocando a su fin. La prueba: el derrumbe de la Unión Soviética. Base del análisis: la «oscura» crítica del «valor» de un tal Karl Marx. ¿Serán la lucha de clases y la lucha por la democracia las que derrotarán al capitalismo? La lucha de clases no ha sido otra cosa que el motor del desarrollo capitalista y jamás podrá conducir a su superación. La democracia no es el antagonista del capitalismo sino su forma política, y ambos han agotado su papel histórico. […] <br /> <br /> […] Tal vez no se llegará a un «viernes negro» como en 1929, a un «día del juicio». Pero hay buenas razones para suponer que estamos presenciando el fin de una larga época histórica: la época en que la actividad productiva y los productos no sirven para satisfacer necesidades, sino para alimentar el ciclo incesante del trabajo que valoriza el capital y del capital que emplea el trabajo. La mercancía y el trabajo, el dinero y la regulación estatal, la competición y el mercado: detrás de las crisis financieras que vienen repitiéndose desde hace veinte años, se perfila la crisis de todas esas categorías, las cuales —cosa que nunca se recuerda lo bastante— no forman parte de la existencia humana desde siempre ni en todas partes. Se han apoderado de la vida humana a lo largo de los últimos siglos y podrán evolucionar hacia algo diferente: algo mejor, o algo todavía peor. […]» <br /> <br /> * * * <br /> <br /> Para los autores de este libro, la actualidad del pensamiento de Marx está en lo que tiene de más radical: la crítica de la mercancía y del dinero, del trabajo y del Estado. Lo obsoleto es, por el contrario, lo que suele aceptarse hoy como políticamente correcto: la apología del progreso, de la democracia y de la modernidad. Y también, para más escándalo, la lucha de clases: la revolución no surge de la lucha de clase contra clase, sino de la rebelión contra los fetiches abstractos de Dinero y Capital a los que hemos cedido el dominio sobre nuestras vidas. <br /> <br /> Los ensayos aquí reunidos forman una suerte de breviario de la crítica radical de la sociedad de la mercancía, de sus instituciones —el mercado y el trabajo, la ciencia y el arte— y sus ideologías, desde el marxismo hasta las filosofías posmodernas; también hablan de los antecedentes de esa crítica, desde Hegel y Leopardi hasta los situacionistas. </font></p>
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<p>En este libro se ha hablado del supuestamente capitalismo bueno. En términos generales, la principal conclusión que se extrae puede resumirse del siguiente modo: los niveles de competitividad, dimensión y beneficios que han alcanzado las grandes fábricas de aceitunas de Morón de la Frontera se basan en última instancia en el trabajo, esfuerzo e, incluso, sufrimiento de muchas personas de este pueblo.</p>
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<p>Este libro narra la Historia del accidente mortal, ocurrido el 10 de abril de 2006 en la estación del Metro de Madrid de “Puerta del Ángel”, que causó la muerte a dos trabajadores. En sus páginas se detallan los hechos que demuestran la negligencia empresarial y su responsabilidad en el suceso por la falta de medidas básicas de seguridad. Contiene el relato pormenorizado de la actividad sindical realizada por el Sindicato Solidaridad Obrera desde esta tragedia, para esclarecer la verdad y para mejorar las condiciones de seguridad de los trabajadores. También, se recogen los episodios del proceso judicial y de la sentencia por la que se absuelven a los seis imputados.<br /> Un libro que no debes dejar de leer.</p>
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<p>El Plan Bolonia ha avanzado firme y seguro como una apisonadora, con total independencia de lo que opinara el mundo académico. La clave ha estado en una insólita acumulación de mentiras y de propaganda. También en un chantaje institucional. Bolonia han sido lentejas, que o las tomas o las dejas. Las instituciones universitarias se han visto obligadas a aceptar lo inaceptable porque no tenían otra opción que tragar con la reforma o resignarse a desaparecer. <br /> Pero mentiras, propaganda y chantaje no han sido suficientes: también se ha recurrido a la calumnia. <br /> La calumnia ha sido un ingrediente muy importante en esta revolución educativa que los ricos de la Unión Europea decretaron contra los pobres. Una vez que se decidió sacrificar la Universidad pública hasta volverla rentable, era vital desprestigiarla. Para ello, comenzó a repetirse una y mil veces que en la Universidad todo era corrupción y nepotismo, endogamia e incesto, absentismo y pereza. Se dio por cosa sabida e incuestionable que los profesores no hacían otra cosa que leer apuntes amarillos heredados del franquismo, que los alumnos no estudiaban más que el día anterior a los exámenes, aprendiendo de memoria rollos que no comprendían y que olvidaban inmediatamente después. Se llamó viejos y viejas a los profesores y profesoras, recomendando su jubilación anticipada, para que dejaran de hacer daño a los alumnos con la transmisión de sus obsoletos conocimientos. El retrato de los estudiantes no era menos ofensivo: campeones de ignorancia, que no sólo no sabían, sino que no sabían aprender y no sabían tampoco aprender a aprender. Se comparó a los Departamentos y Cátedras universitarias, literalmente, con pozos negros, y se proclamó que, por el contrario, la ciencia florecía en los espacios abiertos y floreados de las revistas científicas avaladas por rankings elaborados por empresas privadas estadounidenses. Se ofreció como prueba de la caducidad casposa de la universidad española el hecho de que sus investigadores siguieran publicando en castellano, en lugar de en inglés. Se acusó a los profesores de no saber enseñar por impartir lecciones magistrales sin utilizar el power point o consumir nuevas tecnologías. Se consideró prueba irrefutable de lo mal que estaba la Universidad el hecho de que hubiera cambiado muy poco desde los tiempos de Newton (cosa que además es falsa), como si todo lo que no cambiara al ritmo insensato del mercado debiera considerarse caducado. Sin respetar el principio de no contradicción, se acusó a los estudiantes de saber demasiado, es decir, de perder el tiempo en una sobrecualificación inútil que nadie demandaba, y también, de dilapidar el tiempo y el dinero fracasando año tras año en terminar la carrera. En suma, se lanzó sobre la Universidad la acusación más grave que se puede lanzar sobre una institución docente: ahí ni se sabe enseñar, ni se sabe aprender. Había que enseñar a enseñar a los profesores. Los alumnos debían aprender a aprender. Todo ello como si hasta ahora hubieran estado todos cazando moscas, a la espera de la revolución educativa de Bolonia, en la que, por fin, una legión de psicopedagogos desembarcaría en la Universidad para enderezar las cosas al gusto, por supuesto, de las demandas empresariales.<br /> De entre todas las calumnias, la más insensata ha sido la que ha acusado al movimiento estudiantil de estar manejado por algunos profesores. Se ha pretendido que los y las estudiantes antibolonia se oponían al proceso por falta de información, manejados en la sombra por ideólogos antisistema. Un disparate sin igual y a todas las bandas. Los profesores más activamente antibolonia no han sido, en general, nada antisistema. Podría poner ahora mismo cinco ejemplos de profesores de cada tendencia política (desde la extrema derecha a la extrema izquierda, pasando por el PSOE, el PP, UPyD o IU) que se han opuesto a Bolonia con el único denominador común de ser, probablemente, unos buenos profesores que aman su profesión y que, sencillamente, no soportan ver cómo se desmonta pieza a pieza su Universidad. Un disparate también por lo que toca a los estudiantes, porque, sin lugar a dudas, no ha existido jamás un movimiento estudiantil más responsable, riguroso, informado y respetuoso de las instituciones como ha sido el movimiento antibolonia. Y no porque no sean –o no seamos algunos– “antisistema”. Sino porque en esta ocasión se está luchando para impedir que “el sistema” destruya lo que es, precisamente, una institución, la institución universitaria.</p>
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<p>Hoy el mundo del trabajo está sumergido, invisibilizado incluso semánticamente: es curioso, por ejemplo, que incluso organizaciones <em>filantrópicas</em> como Amnistía Internacional o Greenpeace hayan adoptado la misma musiquilla de ocultación y dispongan de flamantes "departamentos de recursos humanos". El trabajo humano, en cuanto recurso, dejó de ser sujeto social y "pasó a ser organizado por la empresa-capital y la sociedad-economía". Se trata aquí, por tanto, de hablar de lo innombrable y contribuir al paciente trabajo de desocultación. Se trata de escaparnos de la telaraña locuaz, del ruido dominante que esconde nuestras vidas.</p>
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<p>"Buenas tardes, mi nombre es Miguel y llamo de Citibank, ¿Puedo hablar con el señor Eduardo martínez?". Esa voz amable, versátil, casi ingenua, que solivianta el silencio de la casa es la de uno de los miles de jornaleros del teléfono que, desde Madrid, Buenos Aires o Tánger, nos llama solícito. ¿Jornaleros del teléfono? El joven, licenciado universitario, seguramente se removería inquieto ante la comparación. No, él no es un segador de Novecento, ni en este call-center se desuellan alcornoques, como hacían los Maltiempo que retratara Saramago en "Levantados del suelo". Él no se ensucia las manos, y su trabajo, nos diría, lo hace sentado, es cognitivo, inmaterial... </p>
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<p>Desde su origen, la Unión europea es un proyecto económico que ha buscado un mercado europeo unificado y la proyección de sus multinacionales y capitales hacia el exterior. Ahora su desafío es convertirse en una superpotencia mundial. El Tratado de Lisboa, que sustituye a la difunta Constitución Europea, sirve a este fin.</p>