<p>[...] El arte tiene un papel espec&iacute;fico que desempe&ntilde;ar en el espect&aacute;culo. En cuanto deja de responder a necesidad real alguna, la producci&oacute;n s&oacute;lo puede ser justificada en t&eacute;rminos puramente est&eacute;ticos. La obra de arte &ndash;el producto completamente gratuito cuya coherencia es puramente formal&ndash; proporciona en la actualidad la ideolog&iacute;a de la pura contemplaci&oacute;n m&aacute;s potente posible. Como tal es la mercanc&iacute;a por excelencia. Una vida carente de todo sentido aparte de la contemplaci&oacute;n de su propia suspensi&oacute;n en el vac&iacute;o halla su expresi&oacute;n en el gadget: un producto permanentemente anticuado cuyo &uacute;nico inter&eacute;s y utilidad residen en su abstracta ingenuidad t&eacute;cnico-art&iacute;stica y en el estatus que confiere a aquellos que consumen su &uacute;ltima reedici&oacute;n. A medida que pierda cualquier otra raz&oacute;n de ser, la producci&oacute;n en su conjunto se volver&aacute; cada vez m&aacute;s &laquo;art&iacute;sitica&raquo;. [...]</p>