<p>Cuando Baudelaire public&oacute; &quot;La Fanfarlo&quot; faltaban a&uacute;n diez a&ntilde;os para que apareciera &quot;Las flores del mal&quot;, obra que fue mutilada judicialmente y multada a instancias del mismo fiscal que incoara ese mismo a&ntilde;o un proceso contra Flaubert y &quot;Madame Bovary&quot;. Baudelaire no era, todav&iacute;a, pues, un &ldquo;poeta maldito&rdquo;, pero se hallaba en el inequ&iacute;voco camino de serlo: su padrastro, el general Aupick, luchaba infructuosamente para llevar al joven d&iacute;scolo por el &ldquo;buen camino&rdquo; sin lograr m&aacute;s que organizar alguna trifulca familiar; su amor por la mulata Jeanne Duval acabar&iacute;a convirti&eacute;ndose en un esc&aacute;ndalo llevado de boca en boca por los notables parisinos y, para mayor inri, entre visitas a museos, bibliotecas y prost&iacute;bulos, el poeta se convert&iacute;a en traductor y propagandista de un personaje maldito y antirrom&aacute;ntico: Edgar Allan Poe.</p> <p>Quiz&aacute; por ello en &quot;La Fanfarlo&quot;, relato en buena medida autobiogr&aacute;fico, de esquema que incluso podr&iacute;a tildarse de vodevilesco (un audaz conquistador, para ganar los favores de la dama de la que se encapricha, emprende la conquista de la bailarina que tiene cautivado al marido de la dama), Baudelaire fustiga la hip&oacute;crita moral burguesa al tiempo que elogia al artista como provocador, posturas ambas que conjuga con el dandismo, la seducci&oacute;n y la relaci&oacute;n del &eacute;xtasis con el pecado.</p>