<p>Ning&uacute;n pensador del siglo XX ha ido tan lejos como Simone Weil en la comprensi&oacute;n de lo que es la desdicha en la condici&oacute;n humana. No es ajeno a la radicalidad de su enfoque el hecho de que se trata de una mujer, y de una mujer desdichada. Pero tampoco el hecho de que haya sido mujer explica sin m&aacute;s el car&aacute;cter, a la vez profundo y conmovedor, de sus consideraciones sobre la desdicha. Simone Weil fue una mujer excepcional, de una sensibilidad para captar las implicaciones de la vida desgraciada de los seres humanos que no tiene parang&oacute;n en la filosof&iacute;a occidental. No hay duda de que esta sensibilidad tiene en ella una dimensi&oacute;n profundamente religiosa y m&iacute;stica. Pero lo admirable, en su caso, es que esta dimensi&oacute;n religiosa de su pensamiento haya ido de la mano con la preocupaci&oacute;n social y el inter&eacute;s por la ciencia y que haya cuajado en una coherencia pr&aacute;ctica que nos deja sin palabras para calificar su conducta.</p>