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<p>En 1843 H. D. Thoreau escribió una reseña de <em>El Paraíso al alcance de todos los Hombres, sin Trabajo, mediante la Energía de la Naturaleza y la Máquina</em>, de J. A. Etzler. La reseña criticaba las utopías tecnológicas que pretenden transformar el mundo con la excusa de conseguir un paraíso de abundancia y felicidad para el ser humano, mediante la aplicación y el desarrollo de las técnicas y la maquinaria industrial.</p> <p>Las obras de Thoreau no parecen suscitar hoy la rebeldía y la desobediencia que debiera inspirar una lectura consecuente de su obra, donde la experiencia de la naturaleza se convirtió en la defensa de una conciencia que corría el peligro de extraviarse con los avances de la modernización. No se trata en Thoreau, por tanto, de una defensa de la naturaleza como si de un protoecologista se tratase. Más bien nos encontramos ante la resistencia de la conciencia individual a las transformaciones que la economía industrial empezaba a propiciar en el siglo XIX.</p> <p>Hoy vivimos la culminación de esa época y sus desastrosas consecuencias. Las desaforadas utopías tecnológicas ya no sólo pretenden transformar el mundo para ofrecernos un inmenso y artificial Jardín del Edén, sino que, ante la constatación del fracaso de sus intentos, la única respuesta es una nueva vuelta de tuerca en el acondicionamiento tecnológico, que se extiende a cada vez más ámbitos de la existencia. El cultivo de nuestra conciencia no sólo ha perdido su relación con la naturaleza, sino que puede llegar a ser prescindible en un mundo donde todo lo producido tendrá la marca de «inteligente» para evitarnos el trabajo de serlo nosotros.</p> <p>Quizá sea demasiado pedir que los libros tengan hoy la capacidad de inspirar, siquiera de conmover, a quien los lee. Si con <em>El paraíso —que merece ser— recobrado</em> contribuimos, al menos, a ofrecer una oportunidad para el cultivo de cierta rebeldía contra este estado de cosas, nos daremos por satisfechos.</p>
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<p>Desde muy joven, Geoffroy Delorme tuvo dificultades para relacionarse con sus semejantes. Sus padres decidieron sacarlo de la escuela, así que el pequeño continuó sus estudios en casa. Pero no muy lejos de su hogar había un bosque que no dejaba de llamarle. A los diecinueve años, no pudo resistir más la llamada y se lanzó a vivir con lo mínimo en las profundidades del bosque de Louviers, en Normandía. Comenzaba para él un largo y arduo aprendizaje. Un día, descubrió un corzo curioso y juguetón. El joven y el animal aprendieron a conocerse. Delorme le puso un nombre, Daguet, y el corzo le abrió las puertas del bosque y su fascinante mundo, junto a sus compañeros animales. Delorme se instaló entre los cérvidos en una experiencia inmersiva que duraría siete años. Vivir solo en el bosque sin una tienda de campaña, refugio o ni siquiera un saco de dormir o una manta significaba para él aprender a sobrevivir. Siguiendo el ejemplo del corzo, Delorme adoptó su comportamiento, aprendió a comer, dormir y protegerse como ellos, aprovechando lo que el humus, las hojas, las zarzas y los árboles le proporcionaban. Y así, fue adquiriendo un conocimiento único de estos animales y su forma de vida, observándolos, fotografiándolos y comunicándose con ellos. Aprendió a compartir sus alegrías, sus penas y sus miedos. En <em>El hombre corzo</em>, nos lo cuenta con todo lujo de detalles.</p>
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<p>Este libro trata de desentrañar el proceso por el cual nuestras sociedades han dado la espalda a la tierra y, creyéndose capaces de vivir al margen de ella, han confundido el desarraigo con la emancipación. De ese modo, hemos constituido una geografía ingrávida que, en dos generaciones, ha hecho olvidar el papel esencial jugado por los pueblos campesinos para conformar nuestro mundo.</p> <p>Marc Badal nos recuerda que «el precio a pagar por el privilegio de habernos liberado de una vida apegada a la tierra no es otro que el de estar permanentemente desubicados. Ya no sentimos ningún sitio como propio: estamos siempre fuera de lugar».</p> <p class="Indent1">[...] Hemos olvidado que somos los descendientes directos de los últimos campesinos y que nuestra existencia está completamente determinada por la renuncia a un legado cultural que, en vano, intentaron transmitirnos. Es decir, no somos solamente los huérfanos del campesinado. Somos aquellos que optaron por convertirse en sus desheredados. [...]</p> <p class="Indent1">[...] Es cierto que en los más variados contextos históricos las élites dominantes siempre han conseguido evitar los rigores de la terrestridad, pero se trataba de un reducido número de personas que vivían al margen de la tierra solamente gracias al expolio de una gran mayoría que no podía hacer otra cosa que arrastrarse sobre ella. Sin embargo, en las actuales sociedades sobredesarrolladas la ingravidez se ha democratizado. Ya no supone una marca distintiva de privilegio sino que constituye un rasgo inherente a nuestra relación con el mundo y, aunque todo cuanto nos ocurre depende de los procesos ecológicos que sostienen el metabolismo social, lo realmente significativo es que actuamos y pensamos como si tales vínculos no existieran. [...]</p>
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<p>Las múltiples crisis sociales que convergen con el desbordamiento de los límites biofísicos del planeta nos garantizan que se van a producir cambios profundos en las formas en que se organiza la vida en común, afectando potencialmente al conjunto de instituciones sociales, políticas, económicas y culturales. La biorregión emerge como la unidad de complejidad mínima necesaria para planificar las transiciones ecosociales.</p> <p>Estos territorios están definidos por características geográficas y límites naturales humanamente reconocibles, integrados en redes cooperativas que persiguen una autosuficiencia conectada. Son, entonces, el soporte territorial básico desde el que diseñar estrategias orientadas a la autonomía energética, alimentaria y económica, preservando la integridad de los ecosistemas e incorporando atributos democráticos, participativos y de justicia social. Una noción que apela a la reorganización radical de las relaciones sociedad-territorionaturaleza, y que nos invita a imaginar, diseñar y materializar nuevas formas de organizar las economías y de habitar los territorios, conforme a normas, técnicas, prácticas y economías para la vida.</p> <p>Este libro tiene como finalidad profundizar en el pensamiento biorregional, así como tender un puente y establecer complicidades con otras agendas como el municipalismo y la agroecología, el ecourbanismo y el urbanismo feminista, las economías transformadoras o el ecofeminismo.</p>