<p>Al norte est&aacute; el pueblo. Sol&iacute;a ser una ciudad. En las noches claras, que son las menos, se distingue a lo lejos lo que queda de las ruinas de la vieja catedral. Al sur, al este, al oeste, se extienden los p&aacute;ramos, kil&oacute;metros de lodo y brezo carcomido por la lluvia. La tierra se traga gente, animales, veh&iacute;culos abandonados, y luego el barro los regurgita, como regalos no deseados. Ra&iacute;ces retorcidas, viejos electrodom&eacute;sticos; cad&aacute;veres antiguos y modernos se alzan del fango, barcos hundidos en el fondo del mar.&nbsp;</p> <p>Mar&iacute;a Bonete (una de las autoras de la antolog&iacute;a de ficci&oacute;n clim&aacute;tica Est&iacute;o, publicada por Episkaia) realiza en No hay tierra donde enterrarme, con la escritura de las hermanas Bronte como br&uacute;jula, una actualizaci&oacute;n de la novela g&oacute;tica en un futuro de desastre ambiental, en lo que probablemente constituya la primera obra del g&oacute;tico clim&aacute;tico. En este paisaje rec&oacute;ndito en alg&uacute;n lugar del Reino Unido, la niebla oculta y destruye, poco a poco, la relaci&oacute;n de las protagonistas con el mundo conocido. Quiz&aacute; haya esperanza m&aacute;s all&aacute; del controlado confort de la cotidianidad, transformada tambi&eacute;n en un espacio de vigilancia y control, pero la &uacute;nica forma de adentrarse en la bruma y volver es hacerlo juntas.</p>