<p>Aqu&iacute; hay un poco de Georges Brassens hablando para la gente de mi lengua.<br /> Lo que haya sido de su persona, poco nos vale saberlo en este trance; y por m&aacute;s que el agradecimiento debido al artilugio humano que fabric&oacute; y cant&oacute; tantas tan hermosas y atinadas f&oacute;rmulas de burla del mundo y de amor perdido nos mueva a una cierta veneraci&oacute;n de su recuerdo, no es eso lo que nos importa ahora. Demasiado encontrar&aacute; el lector de noticias de su figura y de historia de su vida en los libros, art&iacute;culos y hasta entradas de enciclopedia bajo su nombre que a las horas que son se habr&aacute;n publicado por ah&iacute; inevitablemente, promovidos por esa ambigua querencia de los hombres, que, al honrar a la persona del operario, procura asimilar al mundo, reduci&eacute;ndolo a historia cuanto antes, lo que en sus obras pudiera haber de ins&oacute;lito y de hiriente.<br /> Pensamos ac&aacute; m&aacute;s bien que lo que de Georges Brassens haya de vivo ser&aacute; en sus canciones donde est&eacute; viviendo, y asilo que nos ata&ntilde;e, en vez de contribuir a enterrarlas en la Literatura y en la Historia, es usarlas, cantarlas, repetirlas de memoria, y hasta esto de intentar hacerlas sonar en otra lengua</p>