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<p>Cerca del río Klarälven, acurrucado en el denso paisaje forestal del norte de Värmland, se encuentra el apartado pueblo de Osebol. Es un lugar tranquilo, donde las relaciones echan raíces durante décadas y donde el bullicio de la vida urbana es sustituido por el sonido del viento en los árboles. En este libro extraordinario y absorbente, un fenómeno cultural inesperado en su Suecia natal, las historias de los habitantes de Osebol cobran vida con sus propias palabras.</p> <p>En el último medio siglo, la automatización de la industria maderera y los constantes traslados a las ciudades han reducido la población adulta del pueblo a unos cuarenta habitantes. Pero la vida sigue su curso: las reliquias pasan de mano en mano, los recuerdos de boca en boca, y los recién llegados vienen de cerca y de lejos.</p> <p>Marit Kapla ha entrevistado a casi todos los aldeanos de entre 18 y 92 años y ha registrado sus historias al pie de la letra. El resultado es a la vez una crónica familiar de una gran metamorfosis social, contada desde dentro, y un hermoso retrato microcósmico de un lugar y sus gentes. Leer <em>Osebol</em> es perderse en sus suaves ritmos de lenguaje sencillo y espacio abierto, y salir con la sensación de haber llegado a conocer realmente a los habitantes de esta variada comunidad, enclavada entre los árboles en un mundo cambiante.</p>
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<p>Este libro trata de desentrañar el proceso por el cual nuestras sociedades han dado la espalda a la tierra y, creyéndose capaces de vivir al margen de ella, han confundido el desarraigo con la emancipación. De ese modo, hemos constituido una geografía ingrávida que, en dos generaciones, ha hecho olvidar el papel esencial jugado por los pueblos campesinos para conformar nuestro mundo.</p> <p>Marc Badal nos recuerda que «el precio a pagar por el privilegio de habernos liberado de una vida apegada a la tierra no es otro que el de estar permanentemente desubicados. Ya no sentimos ningún sitio como propio: estamos siempre fuera de lugar».</p> <p class="Indent1">[...] Hemos olvidado que somos los descendientes directos de los últimos campesinos y que nuestra existencia está completamente determinada por la renuncia a un legado cultural que, en vano, intentaron transmitirnos. Es decir, no somos solamente los huérfanos del campesinado. Somos aquellos que optaron por convertirse en sus desheredados. [...]</p> <p class="Indent1">[...] Es cierto que en los más variados contextos históricos las élites dominantes siempre han conseguido evitar los rigores de la terrestridad, pero se trataba de un reducido número de personas que vivían al margen de la tierra solamente gracias al expolio de una gran mayoría que no podía hacer otra cosa que arrastrarse sobre ella. Sin embargo, en las actuales sociedades sobredesarrolladas la ingravidez se ha democratizado. Ya no supone una marca distintiva de privilegio sino que constituye un rasgo inherente a nuestra relación con el mundo y, aunque todo cuanto nos ocurre depende de los procesos ecológicos que sostienen el metabolismo social, lo realmente significativo es que actuamos y pensamos como si tales vínculos no existieran. [...]</p>