<p>Cuando el galardonado periodista cient&iacute;fico Robert Whitaker se percat&oacute; de que entre 1987 y 2007 el n&uacute;mero de pacientes con discapacidad por enfermedad mental se hab&iacute;a casi triplicado, en paralelo a un espectacular aumento en la producci&oacute;n de droga psicotr&oacute;pica, comenz&oacute; a reflexionar.</p> <p>Parece como si estos psicof&aacute;rmacos fueran &ldquo;balas m&aacute;gicas&rdquo; que dejan fuera de juego a la enfermedad mental, reinsertando a los pacientes a las filas de la ciudadan&iacute;a productiva. Pero numerosos estudios cl&iacute;nicos publicados hace m&aacute;s de 50 a&ntilde;os en prestigiosas revistas cient&iacute;ficas, revelaban una anomal&iacute;a sorprendente: en repetidas ocasiones, las drogas psiqui&aacute;tricas empeoran la enfermedad mental, y disparan los riesgos de da&ntilde;o hep&aacute;tico, de aumento de peso, de colesterol, o de az&uacute;car en la sangre. Realmente no se sabe qu&eacute; causa la enfermedad mental, no hay cura o tratamiento paliativo que se encuentre en esas p&iacute;ldoras. Las conclusiones de Whitaker, tras examinar estos medicamentos a trav&eacute;s del prisma de los resultados a largo plazo, exponen el brutal enga&ntilde;o de una industria que mueve miles de millones.</p>