<p>Los nuevos okupantes hab&iacute;an tratado de alterar lo menos posible ese lugar, que evocaba los a&ntilde;os sesenta del siglo anterior. All&iacute;, en lo que hab&iacute;a sido el bar americano Para&iacute;so, hab&iacute;an instalado una biblioteca surtida con novelas y ensayos, y unos sillones despanzurrados. A la barra le hab&iacute;an devuelto su antiguo servicio, porque algunas noches abr&iacute;an el local para la gente del barrio y despachaban unas cervezas o una infusi&oacute;n. Y le&iacute;an poes&iacute;as o hac&iacute;an m&uacute;sica. Pero tambi&eacute;n el espacio serv&iacute;a de dispensario, una vez a la semana, con un m&eacute;dico de guardia para visitar a quien lo necesitara, casi siempre inmigrantes sin papeles. Algunos de los pisos de las plantas superiores se hab&iacute;an adecentado para servir de vivienda en la que se instalaron unos jovenc&iacute;simos padres de familia, con dos ni&ntilde;os preciosos que jugueteaban por all&iacute;, v&iacute;ctimas de los innumerables desahucios.</p> <p>Un proyecto ambicioso que requer&iacute;a compromiso diario, mucha ilusi&oacute;n, solidaridad y resistencia ante los embates de la &ldquo;legalidad&rdquo; a los que seguramente iban a ser sometidos, sin piedad. Porque las leyes son implacables para las personas sin recursos y tolerantes para con los poderosos. Todo esto y m&aacute;s fue por un tiempo esa &ldquo;brecha en la ciudad de hormig&oacute;n&rdquo; que intentaron abrir un grupo de j&oacute;venes en la calle Lancaster 24, y a la que llamaron: CSO Guernika. De ello y de sus historias de vidas, las de ellos y las que all&iacute; encontraron abandonadas, se habla en este libro.</p>